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Talabartería y charrería

Montura. José Guadalupe Rodríguez Arellano, Amozoc, Puebla, Talla en madera con incrustaciones de plata pavonada, Colección particular // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

Carlos Eduardo Gutiérrez Arce

A TALABARTERÍA TIENE NOBLES Y ARCAICOS PRECEDENTES
Las pieles de animales suministraron al hombre prehistórico vestido, techo, odres y diversos objetos de protección. En el discurso histórico, la curtiduría permitió ampliar los usos de la piel. La ganadería, la arriería y el adiestramiento de animales para la guerra multiplicaron el número de objetos de cuero. El talabarte –voz de la lengua occitana– designa al cinturón que sujeta las correas de las que pende la espada, el sable o el puñal.

Las artes decorativas en Mesoamérica vivieron esplendores de belleza y originalidad; es el caso del arte plumaria, la lapidaria y la cantería. “Lo que hacían era maravilloso, precioso, digno de aprecio” (Códice Matritenses , siglo XVI). Se conocían procesos de curtiduría: “Había oficiales de curtir cueros y muchos de adobarlos maravillosamente, blancos y colorados y prietos, y tan blandos que podrían hacer guantes dellos” (Los indios de México y Nueva España, siglo XVI). Para el efecto, venados, tigrillos y otros animales proveían las pieles, aunque la ausencia de ganadería, arriería y corceles limitaba la demanda de artículos de cuero.

En el encuentro con los españoles, el intercambio se dio en objetos, en conocimientos, en sensibilidades; del rigor de la Conquista surgió el mestizaje. La talabartería, con la maestría que se aplicaba a los oficios, se adopta y adapta al quehacer de la Nueva España. La charrería fue el arte que convocó.

Hacen todo lo que es menester para una silla jineta, bastos y fustes, coraza y sobrecoraza: verdad es que el fuste no lo acertaban a hacer, y como un sillero tuviese un fuste a la puerta, un indio esperó a que el sillero entrase a comer, y hurtándole el fuste para sacar otro por él, y luego otro día a la misma hora estando el sillero comiendo, tornóle a poner el fuste en su lugar; y desde a seis o siete días vino el indio vendiendo fustes por las calles, y fue a casa del sillero y díjole si le quería comprar de aquellos fustes… (Historia de los indios de Nueva España, siglo XVI )

Las pieles de animales suministraron al hombre prehistórico: vestido, techo, odres y diversos objetos de protección.

La fuerza de una cultura milenaria, mediante el talento creativo y manual, se imprimió con gran carácter en la talabartería novohispana. Ésta acotó su actividad en las sillas de montar con sus arreos de cuero y unos cuantos objetos más; muchos talleres también incorporaron la curtiduría a su proceso de trabajo. Las pieles de venados y tigrillos –como en el México antiguo–, borregos, chivos, tejones, martas, zorras y reses son las que con mayor frecuencia se trabajan. Seleccionar la adecuada de acuerdo con el tipo de objeto es la primera condición para lograr calidad. Los materiales indispensables son la zalea de borrego, la piel de becerro con pelo, y otras pieles de pelo largo, además de vaqueta, charol, oscaria, carnaza y gamuza.

Hay dos grandes capítulos en el arte de la talabartería mexicana: el labrado y el bordado de la superficie de la piel. Variados instrumentos se utilizan en el trazado, el alisado y el suavizado que anteceden al calado, cincelado y repujado con los que se obtiene el labrado. El bordado con hilos de oro y de plata, el mexicanísimo chumiteado con lana roja y negra, fundamentalmente, y el piteado –de gran presencia nacional–, le imprimen un sello inconfundible a esta expresión de arte decorativo. Es habitual que se aplique más de una técnica en un solo objeto. Los motivos florales dominan el dibujo. En su talabartería, es evidente que México cultiva el barroco desde antes del barroco.

Pendientes; carteras; monederos; pulseras para reloj; zapatillas; juegos para escritorio; cigarreras; fundas para pistola; navaja o cuchillo; galones para sombrero, bolsos; cinturones y petaquillas son algunas de las piezas engalanadas por la talabartería nacional.

La pieza magistral de este arte es la silla de montar mexicana. Singular por su diseño, atiende a la doma del caballo, a la eficacia de las faenas del campo y a una estética que suma y armoniza numerosas artes.

El fuste, la base de madera de la silla, va forrado con pergamino; cabeza y campana, tablas, teja y pajuelas arman su estructura, y salvo las tablas, todas las piezas se benefician con trabajos de talabartería. Los bastos son faldones de cuero que se unen al fuste en la sección anterior, próximos al cuello del caballo; son redondos o cuadrados, siguiendo la forma de las cantinas, que son bolsas sujetas al fuste en su parte posterior; más largas que los bastos, son redondas o cuadradas; reata y cuarta se aseguran en estos espacios. La anquera de cuero cubre las ancas del caballo hasta arriba de las corvas; se utiliza para el amansamiento de los potros, para quitarle las cosquillas y para hacerles asentar el paso. El pechopetral se coloca de collar para afianzar la montura y evitar que se deslice hacia atrás. El alzacincho de cuero, que va sujeto a la campana, sirve para sostener el cincho. La funda del machete se arma de varias piezas de cuero y pende de correas, al costado de la montura. Las arciones son correas de cuero, dobles o sencillas, montadas en la silla, que rematan en los estribos, que pueden ser abiertos, o a la mexicana, de tapadera. Todos estos arreos son trabajados con cuero labrado o bordado, o combinados, por artistas mexicanos.

Por su parte, las sillas de gran gala tienen guarnición de plata cincelada y calada; algunas llevan decorados de oro y piedras preciosas. Para el charro nacional, caballero celebrado por Bernardo de Valbuena, en 1603: “Ricos jaeces de libreas costosas / de aljófar, perlas, oro y pedrería / son en sus plazas ordinarias cosas”.

Los implementos del charro mexicano expresan el proceso de adecuación y enriquecimiento de un arte popular muy elaborado. El atuendo original provino de Salamanca, Extremadura y Andalucía, y tenía acusada influencia de la cultura árabe. En un principio, el traje constaba de sombrero, botas, camisa, calzón y chaqueta de gamuza (resistente a las faenas). Cuando el algodón y el paño sustituyeron a la piel, se adoptaron la pantalonera cerrada y la calzonera abotonada; entonces las chaparreras de cuero se diseñaron para protección; como dice el refrán: “El charro de cuero se viste, por ser el que más resiste”. El traje cachiruleado aplica refuerzos de gamuza a las prendas y cuida el sentido ornamental. Con el exceso de adornos y de colores, el auge de la ganadería se acuñó el término charro para calificar el gusto abigarrado de los rancheros del siglo XVIII; en cambio, la austeridad del traje del chinaco –combatiente liberal decimonónico– moderó la imagen del ranchero.

En el encuentro con los españoles, el intercambio se dio en objetos, en conocimientos, en sensibilidades; y del rigor de la Conquista surgió el mestizaje.

El emperador Maximiliano cabalgó con atuendo charro e introdujo el paño negro para la chaqueta corta, el chaleco, el pantalón y el sombrero con ornamentos de plata. La paz porfiriana vistió al campo y a la ciudad con atuendos charros, de telas importadas y sombreros lujosos. En el siglo XX se reglamenta el uso de cuatro trajes oficiales: el de faena, el de media gala, el de gala y el de gran gala. Se diseña el de la mujer. El sombrero modifica su copa semiesférica y ala redonda para pasar a la copa cónica y ala regular, y ahora se prefiere el estilo pachuqueño, con pedradas. Fieltro y paja de arroz son los materiales de la actual manufactura.

La reata de cáñamo que se traía de España fue sustituida rápidamente por la de ixtle de lechuguilla; y en tiempos de lluvia se prefiere la reata de cuero duro, “más bien gruesa que delgada, con hembrilla de ajeme, rozadera chica, y con la parte áspera del cuero para afuera”.

Las espuelas son instrumentos de estímulo y castigo, usadas por jinetes romanos, árabes y españoles. En México se recortó su tamaño y se engrandeció su belleza; con incrustaciones de oro y plata, los diseños incorporaron nuevas formas con deslumbrantes motivos nacionales.