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Cerería

Escena de teatro. Cera modelada y diversos materiales. Artesano desconocido. Guanajuato. S. XIX. Col. Galería Daniel Liebsohn. (Foto: Jasso).

José Hernández Reyes

En México, el arte de la escultura en cera se remonta a la época colonial. En las culturas mesoamericanas sólo hay constancia de su uso en la técnica de orfebrería denominada cera perdida, y por tradición oral, en la zona maya de Tierras Bajas, en la elaboración de hachones: grandes cirios de cera criolla producida por la abeja llamada pipioli, nativa de México, que establece colmenarios temporales en los troncos viejos de la selva. Este insecto produce muy poca miel y cera, que, según cuenta la tradición, se recopilaba anualmente para luego vaciarla en “tarros” de carrizo a manera de molde, en cuyo fondo se depositaban semillas de cacao y de maíz, y se torcía y colocaba un pabilo de hilo de algodón. En la actualidad estos cirios o hachones son imprescindibles en las ofrendas domésticas chontales.

Quizás el antecedente más antiguo de artículos de cera se ubique durante el Virreinato con la llegada de los medallones religiosos de cera blanca conocidos como del Agnus Dei, que se originaron en Italia en el siglo IV. Debido a su fragilidad, en la actualidad sólo se conservan algunos en colecciones particulares y museos. Los ejemplares que llegaban a las manos de las monjas eran orlados con sedas y pasamanería de hilos de oro y plata.

La escultura en cera como la conocemos hoy en día nació en los conventos, donde las monjas elaboraban santos, ángeles, ramilletes de flores y lazos para las coronas de las novicias.

En 1670 se fundó en Querétaro el Colegio de Santa Rosa de Viterbo, donde se inició la confección de figuras del Niño Jesús y otros santos en cera; y alcanzó tal auge que la cera se importó desde Oriente junto con las sedas, la cerámica y las especias. En las ciudades de México, Puebla, Guanajuato, Aguascalientes y Pátzcuaro se encontraron evidencias de dicha manufactura durante ese periodo.

En México, el arte de la escultura en cera se remonta a la época colonial. En las culturas mesoamericanas sólo hay constancia de su uso en la técnica de orfebrería denominada cera perdida.

Al mismo tiempo comenzó la elaboración de candelas adornadas para venerar a santos y vírgenes, lo que dio paso a una importante producción, ya entonces en manos de los numerosos artesanos que conformaron el gremio de los cereros. Esta producción se diversificó con la realización de frutas, juguetes y figuras humanas que no tenían, necesariamente, un contexto religioso. En el siglo XIX proliferaron otros motivos, entre los que destacan retratos en bulto de aristócratas de la época, medallones con retratos de personajes religiosos y militares, así como tipos populares y escenas cotidianas, de cuyos ejemplos se nutren diversas colecciones privadas y públicas.

En el presente, el arte de la cerería tiene dos vertientes: adornos para velas, técnica denominada escamado, y figuras hechas especialmente para los nacimientos.

En el primer caso, las velas escamadas o cubiertas de flores sirven como exvoto o presente para el santo patrono en las comunidades. La técnica consiste en poner sobre un cirio un armazón de alambre forrado con papel crepé o metálico, al que se adosan las flores, hojas y demás adornos de cera que previamente se han sacado de los moldes, en general hechos con madera. Las velas escamadas más famosas son las de Ixmiquilpan, Hidalgo, y las de Salamanca, Villagrán, Cortazar y Romita, en el Bajío guanajuatense, que presentan impresionantes tamaños monumentales cada 3 de mayo, con motivo de la celebración de la Santa Cruz.

Las velas se hacen todo el año, pero su producción se acentúa en la víspera del Jueves de Corpus Christi.

Otro de los ejemplos más espectaculares de esta técnica se elabora en Santa María del Río, San Luis Potosí, en donde se venera durante agosto a la Virgen de la Asunción, patrona del pueblo; las ofrendas que se le llevan consisten en flores escamadas en dos variantes: la cera de mano, que es una sola vela, y la cera de bandeja, composición que se lleva en andas o tableros especiales para la imagen religiosa. Algunos altares de dimensiones inusuales para esta técnica, de dos y medio metros por lado, han sido galardonados en los concursos nacionales de artesanías que organizan las instituciones públicas.

El 2 de febrero, con motivo de los festejos de La Candelaria, se lleva a cabo otra de las fiestas religiosas en la que las velas escamadas y los adornos en cera para el Niño Dios se aprecian en casi todo el país; aquí destacan los trabajos que se hacen en Xochimilco y en el barrio de La Candelaria, Coyoacán, ambos en la Ciudad de México, y en Tlacotalpan, Veracruz.

La segunda vertiente del uso de la cera está dirigida a crear figuras tanto de tipos populares como para los nacimientos. Aun cuando estas figuras se producen en varios lugares, es en la región del Bajío, en Guanajuato, donde se manufacturan los mayores ejemplares. Salamanca, en particular, cuenta con una tradición tan arraigada que puede considerarse el principal artífice nacional en esta especialidad, sin dejar de reconocer el excelente trabajo que se realizaba en ciudades como Celaya, Apaseo y Guanajuato, en el mismo estado, así como en Pátzcuaro y Morelia, en Michoacán.

Algunas de las familias que continúan la tradición conservan antiguos moldes de yeso, metal o barro. Caras, pies y manos requieren de un especial cuidado, pero no son menos importantes las texturas y calidades de los animales (borregos, caballos, camellos, elefantes y toda la fauna asociada a los pasajes bíblicos). En algunas ocasiones se precisan armazones de alambre, y en otras, aplicaciones textiles con trozos de telas finas y adornos de pasamanería dorada.

Por último, cabe mencionar dos trabajos de gran tradición: el de las muñecas elaboradas en la ciudad de Puebla, que tienen cabeza, manos y pies de cera, el cuerpo formado de tela rellena, y sus extremidades son articuladas; el otro es el de las máscaras de cera que se lucen en danzas populares como la de los Jardineros en San Bartolo Coyotepec, Oaxaca, que se moldean en tela y se recubren con cera para luego ser decoradas con imágenes de personajes barbados de rasgos europeos.