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Revolución, nacionalismo y arte popular

Mariachi. Guadalupe Panduro, Tlaquepaque, Jalisco, Barro moldeado y policromado, Col. AAMAP, A.C. // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

Ángeles González Gamio

El movimiento revolucionario que se inició en 1910 dio entre sus frutos más ricos un nacionalismo que habría de permear muchos aspectos de la vida de nuestro país, fruto que no resultó del movimiento de Independencia que más bien dio lugar a lo que Manuel Gamio, autor en 1915 de Forjando patria-pro nacionalismo, llamó un hibridismo, un cosmopolitismo deplorable, pues en cuanto a criterio estético degeneró en una pobre imitación de lo europeo, en tanto que los grupos indígenas cultivaban el arte que hoy llamamos popular.

Entre los aspectos que Gamio abordó con mayor interés estuvo el de la revaloración del arte prehispánico, en esa época totalmente incomprendido por la mayoría de la población, incluso por muchas personas de las consideradas “cultas”. Para conocer la impresión que causaban las distintas manifestaciones de las culturas, organizó una exposición en dos salas del Palacio de Bellas Artes; en una presentó objetos, deidades y símbolos guerreros prehispánicos, cuyas representaciones diferían de las del arte occidental, y en la otra expuso piezas con formas afines a dicho arte, que es con lo que estamos familiarizados.

A los espectadores de aquella exhibición se les pidió que respondieran un cuestionario; el resultado que se obtuvo fue que la mayoría consideraba a las segundas como obras de arte, al contrario de las primeras. Los analistas llegaron a la conclusión de que la gente aceptaba las obras que se asemejaban a las formas tradicionales de la cultura occidental, pero tal apreciación se basa en un “fraude psicológico”, porque para llevar a cabo una estimación auténtica de tal arte es necesario que armonicen y se integren la belleza de la forma material y a la comprensión de la idea que ésta representa.

Entre las esculturas más apreciadas de aquella exposición estuvo el llamado Caballero águila, que muchos compararon con un discóbolo o un gladiador romano, ignorantes de que aquél representa el hieratismo, la fiereza y la serenidad del guerrero azteca de clase noble.

Esos resultados reforzaron el propósito de Gamio de dar a conocer la cosmogonía, los valores, las costumbres, la estética y cualesquiera otros aspectos fundamentales de las culturas que crearon ese arte, para que realmente pudiera ser comprendido y valorado.

Los intelectuales nacionalistas emprendieron algunas batallas, una de las más exitosas fue la cultural, expresada de manera preponderante en la cuestión artística. Los pintores recogieron esas ideas y las llevaron a los muros de los edificios públicos, lo que constituyó uno de los aportes más importantes que México dio al mundo: el muralismo. Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Ramón Alva de la Canal, Roberto Montenegro, Xavier Guerrero, Fermín Revueltas, Pablo O’Higgins, Ángel Bracho y Fernando Leal, entre otros, pintaron obras que plasman el pasado prehispánico, la brutalidad de la Conquista, el mestizaje, la Independencia, la Revolución. En este momento es cuando se recupera el orgullo por las raíces indígenas y surge un arte netamente mexicano; una obra muy representativa de estas ideas es la pintura monumental de Hernán Cortes y la Malinche, ambos desnudos, con que Orozco decora la escalera principal del antiguo Colegio de San Ildefonso en la Ciudad de México.

Este movimiento traspone las fronteras nacionales. Algunos artistas de la plástica mexicanos son invitados a pintar en el extranjero, mientras que artistas de otras latitudes vienen a nuestro país, atraídos por el fervor revolucionario que se plasma en los muros. Así, a México llegan el francés Jean Charlot, el escultor japonés-estadounidense Isamu Noguchi y las estadounidenses Marion y Grace Green wood; los tres últimos, junto con los mexicanos Pedro Rendón, Raúl Gamboa, Ángel Bracho, Pablo O’Higgins, entre otros, pintan una serie de murales en el Mercado Abelardo L. Rodríguez (ubicado en los restos del antiguo Colegio de San Pedro y San Pablo, del que aún se conservan algunos arcos y muros) que constituyen una síntesis de los ideales nacionalistas que buscaban llevar la cultura al pueblo. Así, aunque este mercado de estilo neocolonial –otra expresión del nacionalismo tiene teatro (el Teatro del Pueblo, bautizado así por los propios artistas, fue bellamente decorado por Roberto Montenegro), biblioteca y guardería, las obras de arte se hallan entre los puestos de legumbres, carne y pescado.

Intelectuales y artistas como Miguel y Rosa Covarrubias, Diego Rivera, Frida Kahlo, Guadalupe Marín, el Dr. Atl y Chucho Reyes Ferreira decoraron sus casas con artesanías, y las mujeres usan ropa y joyería indígena que, despertaron el interés por esos objetos y prendas que se consideraban propios de las clases populares. Víctor Fosado, amigo de todos ellos, sensible y talentoso artista joyero que se inspiraba en las viejas formas para diseñar sus obras de plata, fundó el Museo de Culturas Populares y estableció una de las primeras tiendas de artesanía fina de todo el país: textiles, barro, piezas de cartonería, papel picado, joyas, juguetes y cuanta cosa bella encontraba.

Este nacionalismo también tuvo repercusión en la música; compositores talentosos como José Pablo Moncayo, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez y Blas Galindo incorporaron temas y sonidos mexicanos en sus obras. Aún hoy las distintas orquestas nacionales incluyen en sus repertorios el famoso Huapango de Moncayo, la Sinfonía India de Chávez, o Janitzio de Revueltas.

Este sentimiento nacionalista dio origen a la novela de la Revolución mexicana, entre cuyos exponentes destacan Martín Luis Guzmán, José Revueltas, Mariano Azuela, Rafael F. Delgado y Francisco Rojas González. Esta literatura influyó en la obra de algunos escritores de tiempos más recientes como Carlos Fuentes (La muerte de Artemio Cruz) e Ignacio Solares en su novela sobre Pancho Villa, por mencionar unos cuantos.

Sin duda, en esta época se despierta el interés por el arte popular, quizá sin una idea clara de su valor artístico y patrimonial sino destacando su carácter decorativo. Sin embargo, ahí se empieza a crear conciencia de su importancia, pues no es exagerado afirmar que el arte popular es el heredero directo del arte prehispánico, fuente de identidad indudable y de alegría para el espíritu.

Por tanto, es indispensable apoyar a los grupos indígenas, que son los custodios y creadores de buena parte del patrimonio intangible que nos identifica y enorgullece como mexicanos.