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Arte popular mexicano: un clásico del siglo XX

Charola Temas Méxicanos.Popotillo policromado. Artesano y procedencia desconocidos. Col. AmigosMAP. (Foto: Estudio Kristina Velfu, EKV).

Gerardo Estrada

En México, en especial durante las primeras décadas del siglo XX, las relaciones entre el arte y las artes populares –sin entrar en precisiones conceptuales– no pudieron ser más estrechas ni, así lo creemos, más provechosas.

Esto sucedió en todas las disciplinas artísticas. En la música, Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Candelario Huízar y Pablo Moncayo se encargaron de dar una dimensión sinfónica y universal a sonidos de la vieja tradición y a aires populares en boga. En el arte dancístico, Guillermina Bravo, Guillermo Arriaga y Amalia Hernández imprimieron giros personales a danzas autóctonas, ahora interpretadas y recreadas por y para las nuevas generaciones. La literatura y el teatro continuaron nutriéndose de mitos, leyendas y cuentos transmitidos oralmente de generación en generación para, en nuevos moldes, ser compartidos con el resto del mundo. Capítulo aparte merece el cine, que ha sabido retomar y reinventar usos y costumbres con gran inteligencia, mediante el trabajo de directores como Emilio Fernández, guionistas como Mauricio Magdaleno y camarógrafos como Gabriel Figueroa. Pero, sin duda, en las artes visuales es donde se evidencian más estas buenas relaciones.

Las artesanías, amén de ornar –y aun sobrecargar– las casas y los estudios de los artistas plásticos, fueron tema frecuente de sus composiciones y objeto de sus empeños por conservar, a menudo de forma un tanto cuanto mesiánica, las tradiciones que en su opinión nos identificaban y diferenciaban en el orbe entero.

Esta tarea, tan noble como laboriosa, se avenía con el nacionalismo imperante en las esferas estatales que –no está de más recordarlo– impregnaba toda actividad social significativa.

A los nombres de sus promotores y estudiosos, todos ellos artistas plásticos –Dr. Atl, Jorge Enciso, Roberto Montenegro, Adolfo Best Maugard, Miguel Covarrubias y tantos otros–, habría que añadir y destacar el de Jean Charlot, pintor francés que se sumó al muralismo precisamente en sus comienzos y que luego habría de ser uno de sus historiadores y críticos más notables.

La triple raíz del arte mexicano –señalaba Charlot– estaba conformada por los polos indígena y español, y por el punto en el cual éstos se encontraban y fundían: lo popular. Desde este enfoque, no es difícil advertir, por ejemplo, que el universo creado por Diego Rivera era el microcosmos del retablo llevado a escala arquitectónica, o que el mundo de José Clemente Orozco correspondía al de las hojas volantes de Posada.

Charlot insistió en la necesidad de mirar sin prejuicios las manifestaciones, infinitas pero siempre sorprendentes, del arte popular. Incluso llegó a afirmar que la verdadera exhibición de arte estaba en las calles y que, de saber verla, comprenderíamos que la única actitud decente ante ésta sería la humildad.

Sobre esta mirada desprejuiciada se ha vuelto una y otra vez, lo que hace pensar en una vieja discusión no concluida pese a lo incisivo de las calas que en ella se han practicado. Así, Jorge Cuesta, a propósito de otra polémica, propondrá unos “conceptos de arte” cuya lectura, hoy, sigue siendo oportuna:

La más grande virtud del arte es su indiferencia por su contenido. No en vano se dice arte de…; por ejemplo, el arte de la equitación, el arte de enamorar. No hay actitud humana que no admita esta posesión, que no admita un mejoramiento. Arte es destreza, arte es excelencia, es la capacidad de hacer algo mejor que como otro lo hace.

En fecha más reciente, Xavier Moyssén abordó la pintura popular en una obra colectiva, y concluyó: La exposición presentada hasta aquí sobre la pintura popular ha permitido apreciarla en sus variadas manifestaciones. Los valores que posee en cuanto al color, el contenido, la forma y el destino que se le da, no pierden su condición artística, cuando se les sitúa al lado de las grandes obras de las que tradicionalmente se ocupa la historia del arte. Eso es lo que se desprende, al menos, cuando es juzgada con más amplitud de criterio, como el que aquí se adoptó.

Un museo dedicado al arte popular mexicano viene a completar, pues, un mirador de las artes sin adjetivos, del arte que en nuestro país hacen multitud de hombres y mujeres, los más diestros y talentosos, nacidos o aclimatados en él. En fechas recientes, Margarita de Orellana propuso, en un muy bello libro titulado La mano artesanal, cuatro maneras de tocar los objetos de arte popular: … en su dimensión estética, para hacer un análisis de sus formas; en su dimensión.