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Metalistería

Centro. Ignacio Punzo Ángel, Santa Clara del Cobre, Michoacán, Cobre martillado, Colección particular // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

José Hernández Reyes

Fray Bernardino de Sahagún hace una detallada descripción del arte de los orfebres indígenas que martillaban el metal con piedras hasta convertirlo en laminillas, que después se esculpían en relieve, con pequeñas piedras puntiagudas.

El hierro fue un elemento decisivo para la consecución de la Conquista española. Antes de la caída de Tenochtitlán, los conquistadores y sus aliados indígenas iniciaron trabajos de forja para elaborar clavos, cadenas y anclas, necesarios para los navíos que construyeron en el lago de Texcoco y que les ayudaron a rendir a la capital del Imperio azteca. Posteriormente el hierro sirvió para grabar la infame marca de la esclavitud en los pueblos sojuzgados.

Durante la Colonia, las primeras forjas fueron de instrumentos de labranza y armas; luego la herrería creció en importancia, al integrarse a la arquitectura de templos y residencias.

En los primeros años del Virreinato, los herreros eran españoles y portugueses, ya que se temía que los indígenas aprendieran el oficio para fabricar armas. En 1524, la expedición de las Ordenanzas de los gremios permitió al religioso Vasco de Quiroga pugnar por la instalación de talleres para los indígenas, quienes, una vez aprendido el oficio, lo desarrollaron con gran maestría, como se evidencia en la herrería de los conventos coloniales, que se logró gracias a la mano de obra indígena.

Las obras mexicanas copiaban los modelos traídos de España. En un principio prevaleció el estilo gótico, luego el renacentista y, por último, con el paso del tiempo se definieron los estilos populares de Oaxaca, Zacatecas, Durango, San Luis Potosí y Guanajuato. Durante los siglos XVII y XVIII tuvo lugar el auge del forjado de hierro en la Nueva España, pero decayó mucho en el siglo XIX, cuando la obsesión por seguir la moda europea de la fundición obstaculizó su desarrollo, que se reanudó en el siglo XX.

El cobre alcanzó gran importancia en Mesoamérica: primero como moneda y como materia prima para herramientas y adornos; luego, mezclado de manera natural con el oro en una aleación denominada tumbaga, se utilizó para elaborar objetos ceremoniales y joyas para ofrendas de dioses y sacerdotes. Los orfebres descubrieron que al calentar y martillar cobre mezclado con oro, la aleación, de un brillo dorado, les permitía hacer piezas más resistentes y con la misma calidad, textura y color que el metal precioso. Piezas prehispánicas con estas características aparecen en el occidente de Mesoamérica y en Colombia.

En contraste, los españoles repudiaron el cobre porque, en su obsesión por encontrar oro, debían procesarlo para obtener una pequeña dosis del metal precioso. Sin embargo, este material comenzó a emplearse para fabricar enseres domésticos. Pero su más socorrido uso, con todo, fue el de la refinación de la plata y la producción de campanas, armas e instrumentos, en que sustituía al hierro, pues éste escaseaba en ciertas regiones de la Nueva España.

Por otra parte, dos aleaciones y una laminación, el latón, el bronce y la hojalata, también fueron introducidas por los españoles. Estos materiales tuvieron gran utilidad durante el Virreinato: el bronce sirvió para fabricar campanas, algunos herrajes y como complemento en la balconería de hierro –los indígenas adaptaron el proceso de fundición para elaborar cascabeles que aún utilizan en sus danzas ceremoniales–; el latón tuvo múltiples aplicaciones, sobre todo asociadas al uso doméstico, al completar en color amarillo metálico muchos productos de hojalata, que es el material procesado del hierro que tiene más aplicaciones: lámparas, faroles, espejos, bandejas, moldes para pan y galletas, recipientes para guardar alimentos, etcétera, pero sirvió también al artista popular para desarrollar diversas manifestaciones escultóricas.

En México, el trabajo del hierro y el acero no es de origen prehispánico, como la mayoría de las manifestaciones del arte popular, sino que arranca, en cuanto a técnica y estética, con los ejemplos que los herreros y forjadores europeos trajeron a la Nueva España durante el siglo XVI.

Desde el punto de vista técnico, la fase más importante es la soldadura por caldeamiento. Las caldas, como las llaman los herreros, son las uniones logradas a base del golpeo constante de un hierro sobre otro cuando el metal está a muy alta temperatura, y que luego se templa sumergiéndolo en agua. La torcedura consiste en darle forma de espiral a una barra de hierro, a base de torsión. Las técnicas ornamentales son el repujado y el embutido, que se logran mediante el golpeo del hierro sobre una matriz bien conformada para producir superficies convexas o cóncavas. El cincelado sirve para dar texturas y acabados.

Hay evidencias de que el cobre se trabajaba en México antes de la llegada de los españoles

Rejas, balcones, herrajes, candados, pestillos y llamadores mexicanos poseen muy bellas formas ornamentales gracias a su cincelado que, según la forma del instrumento, produce canaladuras, muescas, puntos y rayas que agracian finamente el trabajo. En San Cristóbal de las Casas, Chiapas, este arte se practica en numerosos talleres que producen cruces cristianas de diversos tamaños, evocando los orígenes simbólicos de esta religión, y que se han convertido en un elemento protector de las casas tanto mestizas como indígenas.

No menos importante es la forja de hierro con estilo tradicional en balcones, rejas, herrajes, accesorios y muebles de jardín, lámparas, hogares e implementos para chimeneas, etcétera, que se hacen en San Miguel de Allende, León, y en la ciudad de Guanajuato, en el estado del mismo nombre; en Guadalajara y Teocaltiche, Jalisco; en Morelia y San Felipe de los Herreros, Michoacán, y en las ciudades de México, Puebla y Oaxaca.

En Amozoc, Puebla, se conserva un arte de excelente calidad y gran tradición: el acero forjado, cincelado y pavonado, con incrustaciones de plata; quizá los objetos más famosos producidos mediante esta técnica sean las espuelas y las cabezas para sillas de montar. El proceso comienza con la fundición o forja, luego se liman y lijan las piezas finamente, y enseguida se realiza el dibujo con un rayador que será excavado o vaciado a cincel, cuyo hueco será embutido por una delgada laminilla de plata o de oro, que se ajusta perfectamente a la cavidad. Complementan la obra los grabados a buril que contrastan con el brillo del azul pavonado característico de estas piezas. La técnica es muy parecida al famoso damasquino que se trabaja en Toledo, España.

La cuchillería ha sido un aspecto poco abordado. No existe un estilo autóctono en su ornamentación, sin embargo se percibe el gusto mexicano en algunos materiales adicionales para las empuñaduras, así como en los temas y versos grabados en las hojas de cuchillos, machetes, espadas, dagas y puñales. Una de las fases más importantes de este trabajo es la de la forja; el continuo golpeo de machos y martillos sobre la pieza recargada en el yunque permite endurecerla al reducir los espacios entre moléculas. La ciudad de Oaxaca es la principal productora de cuchillería me – xi cana; en Taxco también se produce una de fina calidad, mientras que en Cualac, Ciudad Altamirano, Ayutla y Tecpan de Galeana, todas localizadas en Guerrero, se elaboran bellos machetes y cuchillos labrados con buril, cuyas escenas campestres e ingeniosos y picarescos versos populares les dan un toque muy especial. Asimismo, en Ejutla y Ocotlán, Oaxaca, se hacen machetes y dagas con inscripciones en la hoja.

Hay evidencias de que el cobre se trabajaba en México antes de la llegada del conquistador español. El códice purépecha Lienzo de Jucutácato describe actividades mineras, pues sus imágenes muestran a hombres emergiendo de la tierra con bultos de mineral a cuestas. El artífice precolombino conocía tanto la fundición de metales como su martillado, en particular del cobre. En Tzintzuntzan y Apatzingán se encontraron hachuelas, cascabeles y otros objetos prehispánicos de este material. En la actualidad, el trabajo del cobre martillado ha quedado prácticamente confinado a tres poblaciones: Santa Clara del Cobre, en Michoacán, y Tlahuelompa y Tizapán, en Hidalgo.

La técnica de la hojalata es más sencilla entre las artesanías en metales. Si bien los modelos de faroles, lámparas, candiles y candeleros tienen una influencia marcadamente española, del llamado estilo colonial, lo cierto es que éste se matiza con repujados de ramilletes y follaje que corresponden más al estilo barroco mexicano que al mudéjar peninsular. Entre las principales productoras del país están las ciudades de Oaxaca, San Miguel de Allende, Celaya, Irapuato, México, Puebla, Tlaxcala y Tlaquepaque. Algunas de las figuras más comunes de la hojalatería con tema religioso son cruces, ángeles, nacimientos, nichos para santos, árboles de Navidad y adornos que los artesanos mexicanos crean con los desechos industriales de la lámina, para recordarnos las piezas fastuosas que se hacían con plata y oro. Esos elementos modestos, por su imaginación y rico trabajo ornamental, se encuentran en los altares domésticos y en las pequeñas capillas de poblaciones rurales muy apartadas.

Otros objetos ornamentales son, por ejemplo, lámparas en forma de estrella, marcos para espejos y cuadros, faroles, linternas, candelabros, cajas, cigarreras, alhajeros, charolas, sonajas, molinillos, cometas, estrellas, flores, animales en un solo plano (gallos, búhos, pájaros, etcétera) y máscaras decorativas, así como una enorme producción de juguetes, a cual más simpático y bello, que se hacen en Salamanca, Guanajuato, en diversas localidades del Estado de México y en el Distrito Federal.

El arte de elaborar figuras en plomo conserva el estilo romántico del siglo XIX. En Celaya, Guanajuato, se hacen infinidad de piezas para casas de muñecas: muebles, figuras humanas y adornos varios. Se producen también filas de soldaditos que todavía a mediados del siglo XX eran de uso común para abatirse con canicas. Las piezas se hacen en moldes, generalmente de bronce –muchos datan del siglo XIX–, y luego se decoran con colores elaborados con alcohol y polvo de oro.