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Maque o Laca

Baúl “Selva”. Francisco “Chico” Coronel, Olinalá, Guerrero, Madera laqueada, dorada, Col. AAMAP, A.C. // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

Héctor Bautista Mejía

El maque, por fortuna, está entre las pocas ramas del arte popular y las artesanías artísticas en México que están muy bien documentadas.

El maque es una pasta hecha con una base de aceite mezclado con axe, que al secarse se endurece y ofrece una superficie lustrosa de gran resistencia pues soporta la incisión con un punzón de acero. Este tipo de pastas han sido empleadas para impermeabilizar y decorar diferentes objetos de madera o cáscaras duras de fruta que han hecho las veces de recipiente. Este tipo de decoración tiene diferentes manifestaciones en el mundo.

Bernal Díaz del Castillo, cronista de la Conquista, fue el primero en hacer referencia a unos utensilios empleados como aguamaniles hondos llamados xicales, mejor conocidos por los españoles como jícaras, piezas hechas de la cáscara de un calabazo de la especie Lagenaria siceriaria, pintadas de colores majestuosos.

Hacia 1541, en la primera lámina de la Relación de las ceremonias y ritos y población y gobierno de los indios de la provincia de Michoacán, del fraile Jerónimo de Alcalá, se ilustra el momento en que el virrey Antonio de Mendoza recibe dicha Relación del autor, acompañado de cuatro personajes de la nobleza tarasca; dos de ellos llevan a la espalda sendos calabazos o bules pintados y adornados con turquesas incrustadas, donde guardan el copal y el tabaco que arrojan a los braseros ceremoniales.

Los investigadores de esta rama parten de una cita clásica, tomada del padre fray Alonso de la Rea: La pintura de Peribán, hasta hoy no imitada, se inventó en esta provincia: y, fuera de ser vistosa, el barniz es tan valiente que a porfía se deja vencer del tiempo, con la misma pieza en que está pegada, porque siendo natural en todos los colores marchitarse con el uso, perderse y despegarse con las aguas calientes, con los golpes y trasiegos, éste de Michoacán no se rinde ni se marchita con el tiempo, sino se hace tan de una pasta con la madera o vaso, que dura lo mismo que ésta. Lo primero que se hace es dar el primer barniz, y dado, seco y dispuesto, se abren las labores a punta de acero buril, dibujando las figuras, misterios o países que quieren, y después se van embutiendo los colores, con la división, proporción y correspondencia que ha menester la obra. Hacen excelentes escritorios, cajas, baúles y cestones, tecomates y vasos peregrinos, bateas, jícaras y bufetes, con otras muchas curiosidades.

El maque, por fortuna, está entre las pocas ramas del arte popular y las artesanías mexicanas que están muy bien documentadas
Su texto, obviamente, no se refiere a Uruapan, pero sí a las jícaras que se hacían también en Peribán, tanto que genéricamente a las jícaras michoacanas se les llegó a llamar peribanas.

En 1643 fray Alonso de la Rea, primer criollo nombrado provincial de su Orden y posteriormente cronista de la misma, en unos cuantos renglones describe las jícaras, y de ellas le interesan aspectos muy específicos realizados con el elemento esencial en las lacas y maques: el barniz; además, aborda lo concreto: la identificación consustancial entre madera y pintura.

Jorge Enciso, en su trabajo sobre el maque, trae a cuenta, en apoyo de lo dicho por fray Alonso, a otro de los cronistas agustinos de Michoacán, fray Pablo de la Purísima Concepción Beaumont, quien dice: Fueron estos tarascos los primeros inventores de la pintura hasta hoy no imitada en cosas de madera, que todavía se aprecia en bateas de Peribán, y en lo que se trabaja en Cocupao (hoy Quiroga) siendo el barniz tan constante, que apuesta con la pieza labrada en duración y permanencia.

En sus apuntes reitera las ideas de la invención, de la no imitación, del origen de Peribán, del barniz, de la identificación con la pieza labrada, de la durabilidad; además presenta un objeto antes no mencionado: la batea, y se refiere a otro centro de producción:

Por su parte, fray Matías de Escobar, de la Orden de San Agustín, al escribir sobre el taller de carpintería establecido en Tiripetío, alude al maque y abona a favor de su tradición, que para entonces ya era bisecular, entusiastas páginas como ésta: … y aprendieron tan bien el arte, que tuvieron fama sus escritorios y consiguieron aplausos su artesones: gavetas de escritorios, cajas y escribanías, añadían ellos sus maques y sus pinturas, y hacían singular su obra, pues a un mismo tiempo lucían la española traza vestida del ropaje indígena.

La laca es un barniz que al secar queda íntimamente ligado al objeto que recubre el fraile capuchino Francisco de Ajofrín, que entre 1763 y 1767 recorrió la Nueva España, si bien no llegó a Uruapan sino sólo a Pátzcuaro, también quedó prendado de los paisajes naturales y de las obras de arte tradicional de los indios: Aquí fabricaban los indios aquellas pinturas famosas de pluma, sin entrar otro color ni barniz, valiéndose de la abundancia de aves que crían los montes, muy exquisitas en su color y variedad. He visto algunas pinturas de gran primor y lustre. Ya han olvidado este ejercicio, pero no el de pintar bateas maqueadas o acharoladas. Hoy florece un célebre pintor, indio noble, llamado don José Manuel de la Cerda, que ha perfeccionado mucho esta facultad de suerte que excede en primor y lustre a las maques de la China. Vi una docena de bateas grandes de fresno que estaba pintado para la excelentísima señora marquesa de Cruilles, virreina de México, dignas de la persona de tan elevado carácter.

Resulta, pues, que a partir de las noticias que nos dan aquellos frailes venerables, podemos seguir la historia de nuestros maques.

Otro informe sobre la materia es la Memoria sobre la pintura del pueblo de Olinalá, de la jurisdicción de Tlalpan, dispuesto por su cura propietario y juez eclesiástico D. Joaquín Alejo de Meave, publicada en las Gacetas de Literatura del padre Antonio Alzate el 28 de junio de 1791. Esta Memoria, tan largamente aprovechada por casi todos los investigadores del maque, es el único documento virreinal que se ocupa de todos los aspectos de esa artesanía antigua en Olinalá. No hay, o al menos no se ha encontrado, ninguno sobre la pintura de Uruapan ni de otras regiones del país. La descripción que nos transmite el padre Meave es la de “pintura por medio de tierras y otros ingredientes, de vasos que se llaman jícaras y tecomates”, lo que indica que lacas, hoy de uso casi general –además de equívoca–, es relativamente reciente. En cambio, Mea ve sí emplea la de maques. Afirma además que esta pintura es propia del pueblo de Olinalá.

Uruapan, y en general las localidades productoras de Michoacán, podrían disputar a Olinalá el origen de ese objeto artesanal. Dicha afirmación podría tener validez si se aplicara exclusivamente al origen de la “obra que llaman rayada”. Estudios muy diversos demuestran que la artesanía en cuestión se cultivó en regiones como Sinaloa, Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Yucatán. En suma, la del maque se cultivó y se cultiva en varias localidades dentro de Mesoamérica.

Durante el siglo XIX las investigaciones relativas al maque tuvieron marcado carácter científico. Así, la primera, cronológicamente, en esa centuria, versa sobre el insecto Coccus axin, del que se extrae el axe (aje), estudiado por Pablo de la Llave, naturalista venezolano que, junto con el sabio y poeta michoacano Juan José Martínez de Lejarza, hizo varios estudios sobre la flora y fauna de Michoacán.

Varios otros trabajos sobre el Coccus axin se llevaron a cabo con posterioridad y se recopilaron en los Trabajos de la Secretaría de Fomento de la República Mexicana sobre el axe, en 1884.

Don Nicolás León, sabio michoacano nativo de Quiroga, fundador del Museo Michoacano, publicó en 1921 un extenso trabajo llamado Supervivencias precolombinas. La pintura al Aje, de Uruapan; dicho estudio tiene gran valor pues describe el origen, las materias primas, la técnica y los diseños del maque, con especial atención al de Uruapan y al de Olinalá, Guerrero.

Concluye don Nicolás León su trabajo con estas noticias:

El Museo Nacional poseía una muy curiosa colección de objetos de Uruapan pintados al aje, entre ellos algunos muy antigüos [sic] que, con no poco trabajo, logré reunir cuando fui profesor de Etnología en el mismo, los cuales se arrumbaron el año de 1910, con aprobación del entonces director de ese establecimiento. Actualmente se exhiben algunos de ellos en la sección que han dado en llamar Arte Industrial Retrospectivo.

Don Manuel Gamio, fundador de la benemérita revista Ethnos en 1920, que en 1925 dirigía el licenciado Lucio Mendieta y Núñez, escribe para ésta dos notas sobre maques. Una breve, de Eugenio M. Gómez Maillefert, titulada “Lacas”, y otra más extensa e importante, de Renato Molina Enríquez, “Las lacas de México”; ambos autores, al parecer, fueron quienes empezaron a usar la denominación de lacas, siendo Molina Enríquez el primero en ensayar una definición: Se designa bajo el nombre de Lacas, las preparaciones hechas con materias colorantes, minerales u orgánicas, que aplicadas líquidas o en masas semifluidas, dejan al secarse una película brillante, insoluble al éter, sólida y consistente, que perfectamente se asimila al objeto que cubre, impermeabilizándolo. El nombre proviene de un insecto muy común en India, que al depositar las larvas en cierto arbusto, hace fluir una goma resinosa, encarnada y translúcida, muy apreciada por sus propiedades colorantes y utilizada asimismo, desde tiempo inmemorial, por las viejas y refinadas civilizaciones orientales, en la preparación de barnices… La laca, barniz que al secar queda tan íntimamente ligado con el objeto que recubre, teniendo además la posibilidad de recibir materiales colorantes que aumenten su vistosidad, constituye la resolución ideal del problema Esta definición es discutible, pero lo que interesa señalar es que traer a cuento a las artes orientales a propósito de los maques era moda en esa época. Molina Enríquez abunda:
La ignorancia y el desconocimiento en que generalmente se está con respecto a ellos [maques], en cierta forma disculpa esa indiferencia y con respecto a la materia, no ha mucho que en la prensa se habló del secreto de fabricación de las lacas que tan celosamente guardan los indios tarascos, o del origen chino de las lacas de Michoacán, conceptos erróneos que corren con general aceptación sin que a ninguno le ocurra desvanecer ideas tan falsas, siquiera sea con una ligera exposición que ponga las cosas en su sitio.

La desaparición paulatina de los recursos naturales, amén que producir jícaras no resulta redituable ni de fácil comercialización, preocupa tanto a los artesanos como a todos los defensores de las tradiciones y cultura

El trabajo de Molina Enríquez se refiere principalmente al maque de Olinalá, Guerrero, aunque menciona a los de Uruapan como “los más conocidos”; en su concepto no son “ni las únicas [lacas] ni las mejores en el país, pues en Guerrero, en Chiapas y en Oaxaca se producen”.

Este autor hace un resumen histórico de la actividad, y da noticias sobre los materiales empleados y la técnica practicada. Documenta, por otra parte, la introducción del pincel para decorar las piezas de Olinalá, como recurso para facilitar el trabajo, práctica cuyo origen asigna a Peribán y aparecida, según se dice, “a principios del siglo XVIII”. Importa anotar este dato, pues de Peribán, como centro productor de maque, poco se sabe; se cree que desapareció, como tal, en algún momento.

En Michoacán existen dos poblaciones con el mismo nombre; la que tiene relación con este tema hoy se llama Peribán de Ramos, no muy alejada de Uruapan. Las noticias en la región informan que las bateas “en blanco”, es decir, sin decorar, provenían de Tancítaro, pueblo cercano a Uruapan y a Peribán, y podría pensarse que tal circunstancia indujo a causar esta imprecisión.

José Guadalupe Zuno le dedicó un libro bilingüe (inglés-español) al tema: Las llamadas lacas michoacanas de Uruapan no proceden de las orientales (Guadalajara, 1954); allí documenta puntualmente las opiniones del Dr. Atl: Muchos escritores, dice el autor, han supuesto en diferentes ocasiones, que hay dependencia de origen entre las indebidamente llamadas lacas mexicanas y las orientales. Entre otros lo han asegurado el señor Chao, Secretario de la Embajada China en 1820, y el Doctor Atl, en artículos periodísticos publicados en Excélsior en 1921.

El Dr. Atl, por su parte, sostiene la tesis de que hacia el año 1557 d.C. unos navegantes chinos incursionaron en las costas occidentales de Guerrero, Oaxaca y Michoacán, habitadas por zapotecos y purépechas o tarascos, y supone que dichos navegantes trajeron la industria y el arte de las lacas, fundándose para ello en las decoraciones sobre fondo negro de los objetos laqueados. Estas decoraciones sobre fondo negro son usuales en la obra que se realiza en Pátzcuaro.

Durante el siglo XIX, las investigaciones relativas al maque tuvieron marcado carácter científico. Así, la primera, cronológicamente, en esa centuria, versa sobre el insecto Coccus axin, del que se extrae el axe.

Para desahogar la cuestión, Zuno describe los materiales, las técnicas y los estilos mexicanos y orientales –esto es importante por diversas razones, entre ellas porque Molina Enríquez, como se dijo antes, apenas da una idea sumaria y discutible de la laca oriental–, concluyendo de esta manera: Las lacas difieren en todo, pues la base de su esmalte es una materia grasa, el axe, auxiliado por los aceites vegetales de chía y de chicalote y las orientales no utilizan ni grasas ni aceites. Éstos son aquí productos locales de los distritos en donde tradicionalmente se han fabricado los objetos esmaltados, así como los bules, jícaras y cuastecomates, y las tierras y extractos vegetales utilizados para dar los colores. La manera del decorado indígena es tomada íntegramente de la usada por los alfareros para la cerámica llamada pseudo-cloisonné o alveolada, característica del noroeste mexicano y consistente en rellenar las incisiones del decorado con colores distintos al del fondo, sucesivamente. No se registra este procedimiento en Oriente. Tampoco allá se acostumbra supeditar a la forma del objeto decorado la labor de adorno, y aquí nunca se olvida. Las grecas, las guirnaldas, todo el dibujo sigue la forma del plato, de la jícara, del bule o de la batea. Allá los dibujos y las figuras tienen una independencia absoluta respecto de la forma del objeto en que se muestran. Algo de todo esto debió subsistir, de haberse llevado a cabo la implantación por los grupos incursionistas del siglo VI, como pretende el Doctor Atl, quien más bien lo dice por haberse impregnado del exotismo francés de 1900, que puso de moda las artes orientales bajo la fuerte impresión que causó la Exposición de París de ese año.

En fechas recientes, los estudios sobre el maque en México se han enriquecido notablemente. Cito en orden cronológico los tratados que se han publicado: de Teresa Castelló Yturbide y Marita Martínez del Río de Redo, Los biombos mexicanos (México, INAH, 1967); El maque. Lacas de Michoacán, Guerrero y Chiapas, número monográfico de la revista Artes de México (núm. 153, 1972), con colaboraciones de Marita Martínez del Río de Redo, Enrique Luft, Mercedes Fernández Castelló y Teresa Castelló Yturbide; de Carlos Espejel, Olinalá (México, SEPINI/Museo Nacional de Artes e Industrias Populares); el folleto Las jícaras de Acapetlahuaya (México, Museo Nacional de Artes e Industrias Populares, 1973), y otro folleto, El Museo de la Huatapera (México, Museo Nacional de Artes e Industrias Populares, 1974).

Cuando se permitió el comercio entre Manila y la Nueva España, en 1573, a través de la nao de la China llegó a México una gran variedad de lacas; de allí la gran influencia oriental de los artistas de Olinalá en la creación de sus piezas.

El estudio e investigación de la técnica del maque, si bien ha tenido continuidad, no puede precisar el grado de consenso y reflexión en torno a su supervivencia; al margen de las buenas intenciones de quienes pretenden seguir esta técnica, preocupa la forma como están forzando algunos ecosistemas y poniendo en riesgo materias primas tan fundamentales como es el propio aje, que se está acabando en la Tierra Caliente; al parecer, el empleo de pesticidas en los cultivos ha mermado drásticamente las poblaciones de ese insecto. Punto aparte son las materias vegetales y tierras colorantes en proceso de devastación. La desaparición paulatina de los recursos naturales, amén que producir jícaras no resulta redituable ni de fácil comercialización; preocupa tanto a los artesanos como a todos los defensores de las tradiciones y la cultura, porque ha repercutido en la baja producción de jícaras maqueadas.

En contraparte, son loables las acciones que algunos artesanos de Uruapan y Pátzcuaro realizan con el fin de preservar una técnica tan significativa de la región, contando principalmente con el apoyo de personas y agrupaciones altruistas amantes de nuestro arte popular y tradiciones, que con tribuyen a su preservación para deleite de las nuevas generaciones.

Temalacatzingo comparte con Olinalá la técnica del maqueado. originalmente el pueblo era famoso por sus jícaras maqueadas en rojo; sin embargo, en la producción actual destacan los juguetes con movimiento.