SITIO EN ACTUALIZACIÓN CONSTANTE

Herrería

Caballo de lámina calada. Artesano y procedencia desconocidos. Col. Part. (Foto: Estudio Kristina Velfu, EKV).

Guillermo Tovar y de Teresa

El empleo de hierro en la Nueva España se introdujo con la Conquista española. Su desarrollo técnico y artístico en México constituye un capítulo importantísimo de la vertiente más destacada en el ámbito universal respecto del uso de ese metal.

Así, el tema de los hierros forjados en nuestro país merece un nuevo enfoque, porque es el resultado de un proceso antiquísimo que tuvo uno de sus florecimientos más vigorosos en la variedad regional novohispana frente a la tradición española, debilitada ésta en el siglo XVIII; dicho esplendor se debió, entre otras causas, al inmenso aporte que significó la influencia de Oriente en su diseño, aplicado por los innumerables artesanos –emigrantes de la Península al continente americano– que formaron a los artífices nativos, mestizos, mulatos y criollos. Éstos supieron aprovechar la calidad óptima del hierro autóctono, como ocurrió en el caso oaxaqueño, cuya ligereza y flexibilidad produjo obras inconcebibles entre herreros de otras latitudes.

Los herreros y cerrajeros españoles formaban parte de una impresionante tradición, casi tan antigua como la historia de la humanidad. Castellanos, extremeños y andaluces, herederos de una tradición metalúrgica extraordinaria, inician en esta parte del mundo la explotación y el empleo del fierro como recurso útil y bello.

Las primeras noticias que se tienen en México acerca de los hierros forjados se deben principalmente a Manuel Romero de Terreros, Antonio Cortés y Enrique A. Cervantes. El primero, doctor en muchas materias, dedicó un capítulo al asunto que nos ocupa en sus Artes industriales de la Nueva España, editado en 1923. Cortés, por su parte, escribió un libro espléndido, notable para su época, que enriqueció la información acerca de los hierros forjados y dio a conocer casi en su totalidad la colección de Alcázar, entonces completa en el Museo Nacional de Historia. Cervantes fue más allá, localizó documentos, fotografió y dibujó herrajes y cerraduras, y estudió los trabajos de los dos estados más ricos en este arte: Puebla y Oaxaca.

Cuando menos hay cinco colecciones importantes que permiten un estudio exhaustivo del tema: la del Instituto Nacional de Antropología e Historia, primero reunida en el museo de la calle de Moneda, luego en Chapultepec y, más tarde, al parecer dispersa en museos regionales; la del Museo Bello de Puebla, que desde hace décadas quizá sea la más importante y variada; la del Museo Franz Mayer; la del Museo Grupo Carso, con piezas no divulgadas hasta ahora, fuera de México, y la notable del Banco Central de Venezuela.

El gran tema de los hierros forjados en México sigue siendo la vertiente oaxaqueña. Su riqueza e importancia no han sido suficientemente ponderadas, aunque Enrique Cervantes lo hizo la primera vez.

A fin de proteger su producción local, la Corona española vetó la explotación americana del hierro. La Nueva España era rica en yacimientos de ese metal, pero era forzoso adquirirlo por medio del comercio de ultramar, procedente de las minas andaluzas y de las provincias vascongadas. Sin embargo, esta imposición proteccionista en favor de los intereses peninsulares fue ignorada en ciertas regiones; entre éstas, sin duda, Oaxaca. El hierro oaxaqueño es de una calidad especial por su maleabilidad y ligereza tal vez obtenidas mediante algún aporte técnico especial, capaz de permitir los originales diseños que tanto nos maravillan.

Las cerraduras, pestillos y bisagras de origen oaxaqueño, realizados en los siglos XVII y XVIII, cuyos diseños, formando verdaderos bordados metálicos poseídos de un gusto exquisito, no tienen parangón aquí ni en España entre los producidos en la misma época.

El periodo más activo en la producción de herrajes en Oaxaca, tanto adosados a la arquitectura como utilizados en muebles, corresponde a las postrimerías del siglo XVII y los albores del siglo XVIII; podría pensarse que fueron realizados por los grandes maestros del hierro forjado procedentes de España, pero no es así. Salvo tres, el resto de los herreros eran nativos de la ciudad de Oaxaca. En el oficio participaban miembros de todas las clases sociales y étnicas, desde negros esclavos y mulatos hasta mestizos, castizos y criollos. Lo que sorprende es el enorme número de artífices de ese oficio, si atendemos a la pequeña población local de entonces, en un lapso tan corto como lo es un cuarto de siglo (entre 1681 y 1708), lo cual revela la intensa actividad en ese quehacer.

Es necesario establecer la identificación de las obras de hierro forjado y artístico en relación con las diversas regiones del país. Es posible distinguir los talleres de la Ciudad de México, Puebla y Oaxaca, pero aún están por definirse las características tipológicas de El Bajío. Por otra parte, tengo la impresión de que Guanajuato y Querétaro fueron importantes centros herreros en el siglo XVIII, pues la soberbia herrería de la casa de Ecala en la plaza principal de la ciudad cuna de la Independencia, es un alarde técnico y artístico que le permitió a su realizador poner su firma y la fecha de ejecución: Juan Ignacio Vielma, 1784; asimismo, se observa el gusto guanajuatense por el claroscuro, logrado mediante la hábil utilización del cincel para labrar los motivos fitomórficos y el fino esgrafiado del pestillo.

Otra escuela importante se puede reconocer en la región novogalaica –las actuales ciudades de Guadalajara, Zacatecas y Aguascalientes– como zona principal con talleres establecidos; es probable que Guadalajara y Valladolid de Michoacán, por su posición en el extremo occidental, próxima al Pacífico, compartieran la influencia oriental, procedente de obras de carpintería decoradas con metales logrados con distintas aleaciones que se trabajaron en China, Japón y Goa (actualmente la India). Las cerraduras cuyo borde se decora con danzas de semicírculos unidos por estaquillas terminadas en punta podrían ser consecuencia de este gusto orientalista.

Es fundamental establecer un método más formal para clasificar las diversas obras de herrería: cerraduras, bocallaves, pestillos, bisagras, llaves, etcétera, para esclarecer los diferentes aportes técnicos y estilísticos de cada región.

Falta analizar también la repercusión que en nuestro país tuvo la supresión de los gremios después de la Independencia, así como estudiar las nuevas modalidades introducidas en el curso del siglo XIX, como aquella del hierro flexado que se utiliza en los barandales de las construcciones civiles de la ciudad de Zacatecas.

En suma, es imprescindible reiniciar el interés por el conocimiento de una de las manifestaciones fundamentales del arte aplicado en México: el de sus hierros forjados, ejemplo de originalidad artística y pericia técnica, que con su variedad y riqueza participan en la culminación de un proceso milenario de alcance universal.