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Artesanías indígenes y artesanías mestizas

Cabeza de serpiente emplumada. Talla en madera, plumas y espejos. Artesano y procedencia desconocidos. Col. María Teresa Pomar. (Foto: Estudio Kristina Velfu, EV).

Alfonso Soto Soria

Hace más de quinientos años el continente americano estaba poblado sólo por sus habitantes originarios; pero desde la Conquista hasta nuestros días se desarrolló un largo proceso de mestizaje en el que la cultura europea tuvo una influencia determinante, tanto física como culturalmente, para los grupos nativos de esta parte del mundo.

Gracias a sus habilidades, entre las que destaca la creatividad para encontrar soluciones, la especie humana se distinguió entre todas cuando descubrió que al tallar la rama de un árbol contra una peña podía sacarle punta, o que si partía una piedra para adaptarla a la mano, convertiría ese rudimentario elemento en herramienta. Con el tiempo, encontró cómo producir objetos que satisficieran sus múltiples necesidades, y de esta manera, comenzó la actividad artesanal en el mundo.

Con seguridad, las manufacturas se desarrollaron con base en múltiples contactos entre diferentes grupos que estimularon la adquisición de conocimientos y, asimismo, diversificaron tanto los objetos como sus aplicaciones. Cada uno de estos grupos, además, generó su propio estilo, aunque el origen de los elementos fabricados fuera externo.

La constante mezcla de razas y linajes desde el surgimiento de la humanidad sería irrelevante si dichos contactos, a veces pacíficos pero con frecuencia violentos, no hubieran repercutido en las tradiciones culturales de las distintas comunidades. La prolongada permanencia en un lugar y el dominio de su entorno propiciaron la formación de culturas con tradiciones y modos de vida característicos; con el mestizaje se alteraron estos patrones que, aún hoy, están en continuo cambio.

En América, el proceso de mestizaje comenzó hace unos veinte mil o treinta mil años, cuando la última glaciación provocó que bajaran los niveles oceánicos y que el agua marina se convirtiera en hielos continentales; entonces el estrecho de Berhing formó un enorme puente que cruzaron infinidad de grupos migratorios de Asia para iniciar, así, el poblamiento de América.

El Valle de Anáhuac, en el Altiplano central, fue el lugar donde se asentó el imperio mexica, y su ciudad capital, Tenochtitlan, el centro urbano más importante de Mesoamérica a la llegada de los españoles. Hasta entonces, el mestizaje se había llevado a cabo entre grupos nativos, no obstante que en ocasiones, tenían marcadas diferencias culturales, como ocurrió cuando hordas chichimecas provenientes de las regiones áridas del norte sometieron a Teotihuacan. Sin embargo, la Conquista enfrentó a dos mundos totalmente distintos y forzó un cambio drástico en la mentalidad indígena, por ejemplo en su concepción del arte.

El contacto con los españoles produjo el trastocamiento del orden social vigente hasta entonces, pues los artesanos indígenas que habitaban los centros urbanos debieron integrarse a las actividades productivas de la nueva sociedad, aunque buscaron preservar algunos rasgos de su ancestral cultura; sólo aquellos que habitaban en lugares lejanos e inaccesibles conservaron inalteradas las tradiciones y costumbres de su antigua cultura. De estos grupos descienden las etnias indígenas contemporáneas de nuestro país, que aún hoy mantienen muchas de sus características ancestrales: su cohesión comunitaria, su organización social, su lengua e indumentaria distintivas, así como gran parte de su antigua religión y tradiciones.

El mestizaje cultural –más rápido que el puramente físico– permitió a los artesanos nativos conocer nuevos materiales y herramientas, técnicas de producción distintas de las conocidas, así como estilos y formas diferentes de sus patrones culturales.

La fuerte influencia de la cultura hispana, conformada a su vez por las aportaciones culturales de muy diversos pueblos y culturas: celtas, iberos, griegos, romanos, cartagineses, judíos, fenicios, visigodos y árabes, empezó a modificar desde el siglo XVI la producción artesanal nativa, a la vez que las industrias europeas acabaron por fusionarse con las indígenas, a tal grado que en los siglos posteriores adquirieron carácter propio, diferente del español y del indígena. La habilidad y creatividad desplegadas por los nativos dieron paso a nuevas formas y sentido a los productos elaborados con materias primas y técnicas llegadas de España: telares de pedal, vidrios y vidriados, prendas de lana, piel porcina y vacuna para talabartería, el torno de alfarero, además de otras importadas del Lejano Oriente a través de las Filipinas, y de África, motivadas por el comercio de esclavos.

Durante la época colonial, un importante oficio artesanal, el de los alarifes, se dedicó a la construcción de edificios, en particular iglesias, y a la producción de los implementos necesarios para llevarla a cabo. Por otra parte, artesanos indígenas amestizados y mestizos realizaron muebles, rejas y hierros forjados, como también exquisitas tallas de piedra, inspirados en modelos españoles.

Objetos como la cerámica de influencia china y con técnica arábigo-española, rebozos inspirados en las mantillas hispanas, sarapes, arcones, arreos para cabalgaduras, además de la platería realizada después de que la Corona española retiró la prohibición impuesta a los orfebres locales, adquirieron carta de naturalización y enriquecieron el panorama artesanal.

Cabe recordar que los indígenas eran grupos culturales minoritarios en comparación con la gran mayoría de mestizos, incluso si se tiene en cuenta que la primera estaba conformada por un número considerable de etnias, cada una con características propias. En cuanto a la identidad cultural, estas etnias estaban en lucha permanente para preservarla; en cambio, el dilema para los mestizos era la búsqueda de una que les permitiera insertarse en la cultura nacional, así que constituyeron grupos definidos por un localismo que los ubicaba geográficamente y cuyos comunes denominadores respecto de la ecología, la historia y el modo de vida fortalecieron sus tradiciones locales.

El artífice mestizo, a diferencia del indígena, tenía acceso a innovaciones técnicas y materiales novedosos que le permitieron incorporar a su producción manufacturas destinadas a satisfacer los nuevos hábitos de vida de las comunidades urbanas. En la artesanía tradicional esto no sucedió; un ejemplo ilustrativo es el antiguo fogón de el brasero de carbón, adecuado para el uso de ollas, cazuelas y jarros de fondo redondo que no pueden asentarse en las actuales estufas eléctricas o de gas.

Por otra parte, los artesanos mestizos se beneficiaron con herramientas que funcionaban con energía eléctrica y eran más eficientes para cortar, ensamblar y perforar, y con nuevos tipos de pinturas, molinos, hornos, materiales y materias primas que representaban considerables ahorros de tiempo y esfuerzo.

Como en nuestro país el mestizaje – que hoy abarca a la mayoría de la población– ha sido un elemento homogeneizador, no obstante que cada región ha conservado sus rasgos distintivos locales, y teniendo en cuenta que los artesanos mestizos provienen sobre todo de las clases populares, resulta que son los más genuinos representantes de la cultura popular, identificada con la nación misma.

En contraste con la dinámica de la producción artesanal mestiza, en la indígena numerosas piezas se inscriben en el concepto de arte tribal o arte primitivo, pues tienen un profundo sentido mágico y simbólico, su uso es ritual y se guardan cuidadosamente en los centros ceremoniales para utilizarse cuando se llevan a cabo celebraciones; algunas veces son colectadas para exhibirse en museos o integrarse a colecciones etnológicas, pero, en general, la producción conserva un carácter tradicional que poco se ha modificado.

Por otra parte, la indumentaria de cada una de las etnias de México es muy importante porque identifica claramente a cada grupo étnico y su lugar de procedencia. Asimismo, flautas, tambores, máscaras, tocados y penachos, además de una muy variada utilería ceremonial, forman parte importante de esta producción. Sin embargo, las fronteras entre artesanías indígenas y mestizas se va diluyendo poco a poco debido a la acción integradora que realizan diversas instancias oficiales, así como también al incremento de las vías de comunicación, que han acercado a la vida nacional a grupos indígenas antes muy aislados.

Otro factor de cambio ha sido la comercialización creciente y exitosa de nuevas artesanías indígenas basadas en concepciones y técnicas tradicionales, como son los amates decorados que hacen los otomíes de la sierra de Puebla y los que pintan los nahuas de la región de Iguala, Guerrero; las mantas bordadas de la región otomí de Tenango de Doria; las tablas y objetos de chaquira de los huicholes de la sierra de Álica en Jalisco, artículos que hoy ya no se destinan al autoconsumo comunitario sino a los mercados urbanos, pues su venta contribuye a mejorar la economía de los pueblos productores y a integrarlos de manera irreversible al mestizaje cultural y al concierto nacional.