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Textiles

Textil. Col. Carlota Mapelli Mozzi // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

María Teresa Pomar

Las fibras textiles han acompañado al hombre desde la prehistoria. Con ellas hicieron su aparición las manufacturas más antiguas: cordelería a base de lianas y bejucos para atar sus escasas pertenencias y facilitar su incesante trashumar, y posteriormente, cestos rudimentarios hechos con los mismos materiales que provienen de la naturaleza.

La cestería puede considerarse una obra textil, ya que en su confección hay fibras que se tejen formando urdimbres y tramas. Se dice que la cerámica nació cuando un cesto se colocó junto al fogón encendido sobre un terreno fangoso rico en arcillas sílicas que, al quemarse y consumirse, dio forma a un cacharro de barro cocido al que el cesto le sirvió de molde y el fuego de fundente, llevando al descubrimiento de que agua, fuego y tierra, combinados, producían la cerámica. Obviamente con este relato se trata de establecer que la textil es la más antigua de las artesanías.

Hace algunos milenios, cuando el hombre se volvió sedentario, descubrió que las fibras con las que estaba familiarizado, así como la pelambre de los animales de crianza, podían ser tejidas a fin de producir un cobijo cómodo para su cuerpo y para auxiliar se en diversos menesteres, lo que hoy conocemos como textiles.

Se conocen diferentes técnicas para el tejido. Para la cestería, generalmente elaborada con fibras duras como el carrizo o el bejuco, no es necesaria más que la destreza del artesano, pero para el entramado de fibras blandas como el algodón, la seda, etcétera, y las de origen animal como la lana de borrego, se requiere de implementos especiales: los telares. En México se usan tradicionalmente dos tipos de telares: el de cintura, de origen prehispánico, y el introducido por los europeos en la época virreinal. El telar de cintura, en el que aún trabajan cientos de mujeres indígenas, suele constar de siete palitos: barra de sujeción, enjulios superior e inferior, lizo, varilla de paso, espada o machete, además de la o las lanzaderas que contienen los hilos para la trama. Increíblemente, con este instrumento se obtienen telas como sarga, tafetán, confitillo, gasa de brocado, tejido de dos caras, felpa, popotillo y algunas más. En el telar colonial, conformado por caja, peine, batiente, bastidores o lizos, lanzadera, pedales y tirante o chicote, se produce, en general, lana en técnicas de cadejeado, bajo lizo, peinecillo, tapicería, etcétera. Asimismo se elaboran telas de cambaya con hilos de algodón que por lo común son de origen industrial.

Para confeccionar un textil tejido en telar de cintura se añade el hilado manual que se hace al escardar la fibra por golpeteo, dejándola unida, suave y esponjosa. Esta “masa” es la base del hilado que se hace en un huso manual llamado malacate (malacatl), que consiste en un disco o bola de barro con un agujero en medio donde se inserta un astil de madera cuyo grosor se calcula según el calibre del hilo requerido, y se hace girar con los dedos pulgar y cordial sobre un recipiente “para que salga parejo”; en seguida se procede con el lavado, la carda, el devanado, el teñido y el urdido de la fibra, para luego tender la urdimbre, amarrarla al lizo o lizos según la tela que vaya a tejerse, y pasar la trama por la urdimbre; para apretar cada uno de los hilos intercalados en la urdimbre se emplea el otate o machete.

Hasta nuestros días, las mujeres indígenas han conservado la alta tecnología del telar de cintura para confeccionar su indumentaria tradicional mediante el uso de técnicas de gasa, brocados y sarga, coloreadas con tintes naturales de reservado y enriquecidas, además, con bordados delicados plenos de creatividad.

En México, que bajo su suelo cuenta con ruinas arqueológicas y figuras extraordinarias de piedra y barro que hablan del glorioso pasado artístico de los diferentes pueblos que se asentaron en su territorio, no se han conservado textiles prehispánicos, con excepción de fragmentos pequeños y dañados debido a las condiciones climáticas. Sin embargo, tanto las descripciones de los cronistas del siglo XVI como las imágenes de los diferentes códices que se conservan hoy en día ilustran con claridad la indumentaria que portaban las clases dominantes y los macehuales (hombres pobres) en las diferentes sociedades prehispánicas.

En la época actual, la indumentaria indígena femenina ha variado poco, no así la masculina, de cuyos rasgos antiguos sólo subsisten la faja y la tilma, ya que el calzón o pantalón y la camisa fueron impuestos por los frailes y encomenderos españoles. Para apreciar estos cambios, enlistamos las prendas actuales que conforman el vestido indígena de las mujeres: blusa, quexquemetl, cueitl o enagua, faja, huipil, rebozo y morral o talega; mientras que los hombres visten camisa, calzón largo o pantalón, faja, sombrero, morral y gabán.

No se puede hablar de textiles sin mencionar la sarga extraordinaria que tejen las mujeres tzotziles de San Juan Chamula, Chiapas, o el asombroso brocado que hacen las tzeltales de Tenejapa, también en Chiapas; la gasa de aranza de Michoacán, de Cuetzalan y Atla, en Puebla, así como de los amuzgos de Xochistlahuaca, en Guerrero; el tejido de doble cara de Hidalgo o el de doble vista teñido con caracol púrpura marino de los huaves de San Mateo del Mar, Oaxaca; las servilletas de confitillo de San Pedro Coyutla y Papantla, Veracruz; el tejido en curva de San Pablito Pahuatlán, Puebla; los sarapes del Valle del Yaqui, Sonora, y de los zapotecas de Teotitlán del Valle, Oaxaca; los bordados de Tenango de Doria, Hidalgo, o de los zapotecas de San Antonino Ocotlán, Oaxaca; los rebozos de seda con tinte de ikat (reservado en hilo) de Santa María del Río, San Luis Potosí; los rebozos llamados azulejos por el uso del añil, procedentes de Paracho, Michoacán; los tejidos de morrales de ixtle de Llano Grande, Durango, o las redes de los zapotecas de San Pedro Cajonos, Oaxaca; los delicados tochemites de Tuxpan, Jalisco; los bordados huicholes de Nayarit y las cobijas rarámuris de Chihuahua, así como el tejido de los pozahuancos de la costa de Oaxaca, que usan hiladillo (seda hilada a mano y teñida con cochinilla grana). Por último, es necesario mencionar que las mujeres de algunos grupos étnicos usan vestidos tradicionales, pero hechos con telas industrializadas; por ejemplo: las rarámuris de Chihuahua, las seris de Sonora, las mayas de Yucatán y las mazahuas del Estado de México; todas siguen un patrón definido porque con su indumentaria manifiestan el orgullo de ser indias, de pertenecer a una comunidad específica, además de encarnar un símbolo de identidad y eternidad.

CUANDO EL HOMBRE SE VOLVIÓ SEDENTARIO DESCUBRIÓ QUE LAS FIBRAS CON LAS QUE ESTABA FAMILIARIZADO, ASÍ COMO LA PELAMBRE DE LOS ANIMALES DE CRIANZA, PODÍAN SER TEJIDAS A FIN DE PRODUCIR UN COBIJO

Éstos apenas son unos cuantos ejemplos de los cientos que hay, lo cual indica que el textil mexicano, a pesar de los avatares de los tiempos que vivimos, no está condenado a desaparecer, siempre y cuando lo consideremos como obra de arte y patrimonio cultural.