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Sarapes

Gabán. Armando Nava Carranza, Gualupita, Estado de México, Lana teñida con tintes naturales y tejida en telar de pedal, Col. Fomento Cultural Banamex, A.C // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

Virginia Armella de Aspe

EL SARAPE, UNA PRENDA TEJIDA CON LOS HILOS DE LA HISTORIA.

Parecerá increíble el hecho de que una prenda de ropa pueda dar testimonio de toda la historia de un país, desde sus más remotos orígenes hasta nuestros días; pero así es: el sarape ha estado presente y se ha modificado y adaptado a todas las circunstancias de nuestro devenir nacional.

El presente estudio está dedicado a ese tema, con la intención de darlo a conocer a quienes se interesan en esos productos del ingenio y del trabajo humano que son los textiles. Para lograrlo, se consultaron diversas fuentes: códices prehispánicos y poshispánicos, relaciones de conquistadores, frailes y viajeros; ordenanzas y pragmáticas reales que regularon el trabajo en los talleres textiles, citas sobre la historia de España y la invasión musulmana a la península, así como algunas obras sobre tapetes asiáticos; esto último, por la relación estética que éstos comparten con el objeto del presente estudio. Además, para mayor precisión de las explicaciones contenidas en el texto, se acompañan de fotografías que las ilustraran.

El nombre de “sarape” se origina en el pequeño poblado de Serapi, en Asia Menor, en donde las tribus nómadas se trasladan de un valle a otro buscando mejores pastos para sus ovejas; a las que, llegado el momento adecuado, trasquilan para posteriormente lavar su lana en los arroyos que bajan de los montes Caucásicos. Allí mismo se continúa el proceso: hilan y tiñen la lana con raíces y flores silvestres, para finalmente tejer sus tapetes de oración en telares portátiles, angostos y rudimentarios, muy semejantes a los que todavía usan las mujeres de los estados del sur de nuestra República.

Los hilos de la urdimbre sobresalen en los extremos, las tejedoras los anudan y forman con ellos el fleco. Dos motivos decorativos son comunes en estos textiles y en los nuestros: los polígonos combinados llamados “navajas” y el “cocol” o rombo central del sarape. Estos diseños, tan parecidos a los de algunos tapetes turcos o persas, tan diferentes a los de las tilmas de los señores mexicas, tienen también semejanza con las mantas de los indios navajos, habitantes de un territorio que alguna vez perteneció a México.

Es bien sabido que el sarape, conocido por tantos nombres –tilma o tilmatli, coaxtle, albornoz, manta, sayal, poncho, frazada, gabán, cotona, ruana, jorongo, manga o cobija–, ha sido y es todavía el abrigo universal del mexicano. Tal idea no es gratuita, porque como se verá a continuación, esta prenda ha estado siempre abrigando a los habitantes de este país.

TEJIDOS EN EL MUNDO PREHISPÁNICO
Antes de la conquista, las mantas usadas por cada uno de los grupos inmigrantes eran muy diferentes. Tenemos descripciones de algunas de ellas que enumeraremos por orden cronológico: “La indumentaria más común entre los mixtecos entre los años 1200 y 1521 era la tilma anudada al hombro, el braguero, una especie de sotana o xicolli y sandalias de fibra de maguey”.

“Los mayas aprovecharon el algodón, el pochote, el henequén y los colorantes; su sociedad estaba fuertemente estratificada, por lo que estos elementos servían para la variedad de tilmas correspondientes a cada nivel social”. “Había tejido y trabajo plumario altamente especializado”.

En el códice de Dresde del siglo XIII se encuentra claramente representada una tilma maya; su forma es redondeada; su adorno lo constituyen tres líneas paralelas y una figura circular en el centro.

“Los tarascos se adelantaron luego que pasaron el estrecho de mar y se metieron a vivir en las siete cuevas… Solamente usaban unas ropetas cortas y sobre ellas se ponían una mantilla delgada de algodón” que llaman tzatzi y los mexicanos, ayatl; la cual sobrerropa, manta o sábana, era labrada de labores tejidas muy curiosamente, de colores muy vivos … Y estas mantas anudaban sobre un hombro, que les llegaban al tobillo … Las más cortas traían los mozos pulidos y las largas, los viejos y ancianos”.

Sahagún describe a los otomitl: “… Los hombres traían mantas y sus maxtles y andaban calzados… Y las mantas que tenían eran buenas y galanas… Y de las mujeres había muchas que sabían hacer muy buenas labores en las mantas y tejían muy curiosamente; pero todas ellas labraban lo dicho de hilo de maguey, que secan y benefician de las pencas de los magueyes”.

La relación de Atlilalaylan registra que usaban las mantas de ixtli así tejidas, como moneda.

“Estos otomíes llegaron a Tlaxcala en situación de “arruinados”, a quienes los tlaxcaltecas veían como inferiores y les exigían pagar tributo; pero en una guerra contra los huejotzincas los otomíes defendieron a Tlaxcala y obtuvieron la victoria por lo que desde entonces, se les quitó la obligación de pagar tributo, casaron con miembros de familias tlaxcaltecas y se integraron a este grupo que desde entonces, cobró fama por sus bellos tejidos.

Los mexica fueron los últimos en llegar al valle de Anáhuac. Como los otros grupos no los querían, los arrojaron al islote en medio del lago; pero ellos, inteligentes y trabajadores tomaron ventaja de su situación, fundaron la gran Tenochtitlán en 1325 y se fueron haciendo más y más poderosos. Al principio sus mantas fueron sólo del ixtli del maguey, pero cuando empezaron a conquistar pueblos del sur en los que se cultivaba el algodón, recibían como tributo mantas de algodón, tramadas con lana de conejo o tochimitl, con ricas labores que usaban siempre como símbolo de cada jerarquía, aquellos miembros de una sociedad tan ceremoniosa y estratificada.

Netzahualpilli, gobernante de Texcoco, aparece retratado en una lámina del Códice Ixtlixóchitl, vistiendo un rico sarape azul, color destinado sólo al rey. El códice llamado “Matrícula de Tributos” inmediatamente anterior a la conquista reproduce las mantas que entregaban los pueblos conquistados a los Mexica y en el Códice Florentino, Sahagún enumera más de 300 maneras de mantas que se usaban como símbolo de poder, moneda; tributo, o “sombra” para los puestos de los tianguis . Eran estas sencillas y cuadradas, las que han dado origen a las muy sofisticadas y modernas “sombrillas” de las playas mexicanas.

ANTECEDENTES ESPAÑOLES
Pasando ahora al viejo continente, es necesario registrar que en la España del siglo XIII en el Libro de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, aparecen las bolas de lana y tapices de gran colorido con motivos heráldicos como parte del tesoro real.

Recordemos también que España padeció la conquista de los árabes durante ocho siglos y sobre los textiles Salvador de Madariaga comenta con acierto: “En una de las Cortes menores de ‘El Andalus’ la de Almería, había cinco mil telares para tejer toda suerte de tejidos, del brocado a la seda y de la lana al algodón…”.

Por esa misma influencia, los españoles usaban –y lo hacen todavía- mantas de lana para protegerse del frío, algunas de las cuales llevan el nombre de albornoz, voz árabe que habla de su origen.

EL SARAPE EN LA CONQUISTA
Uno de los aspectos que más influyó en la elaboración de los textiles fue, sin duda la lana, que como sabemos es el pelo de la oveja. Hay más de 1000 variedades de carneros en el mundo, pero una de las más finas es la del carnero merino, original de la Península Ibérica, que los españoles guardaron celosamente durante siglos, impidiendo la salida de animales y castigando con la muerte a quien se atreviera a permitirlo. La fibra de la lana de merino es tan fina que cinco de ellas tendrían el grueso de un cabello humano.

Durante la Edad Media los flamencos fueron los más eficientes productores de paños de lana. Esta adquirió enorme importancia económica en Europa. Recordemos que la fortuna de los Médici procedía precisamente de la lana, que se vendía en toda Europa en mercados especiales llamados lonjas. La importancia de esta materia prima originó títulos de nobleza a los dueños de grandes rebaños, tal es el caso de los príncipes georgianos de Rusia, de los pastores de Escocia y de los españoles de Castilla que ostentan el título de “Merinos”. Fue por eso que al enterarse por Colón que no había ovejas en los lugares descubiertos, los Reyes Católicos dispusieron que en su segundo viaje, que tuvo lugar en 1494, el almirante llevara los siguientes animales, que se consignan en el siguiente documento cuyo original se conserva en el Archivo de Indias, en Sevilla: “Dado en Barcelona, a veinte y tres días del mes de mayo del Nacimiento de NSJ. De 1493. Yo, el Rey, Yo, la Reyna, Yo, Fernando Álvarez de Toledo, Secretario del Rey I de la Reyna nuestros señores, la fice escribir por su mandado en forma, Roderico Doctor Ganados Carneros e ovejas e cabras XM. Por respeto de los … ganados se acrecentará una carabela… 1º. de julio de 94 años.” Fue así como pasaron las ovejas a las islas del Mar Caribe, que fueron las que Colón conoció.

Antes de consumar la conquista, Cortés dejó la gran Tenochtitlán para enfrentarse con Narváez. Encomendó entonces a “… Diego de Ordaz ”otra capitanía de 120 soldados para ir a poblar Guatzucualco… y había de llevar otros dos navíos para desde el río de Guatzucualco enviar a la isla de Jamaica por mandato de… ovejas para multiplicar en la tierra…” . Fue así como entró la primera oveja en nuestro territorio.

En diciembre de 1528 llegó a la Ciudad de México el primer Arzobispo, Fray Juan de Zumárraga. Para entonces ya se habían propagado las ovejas en tal forma que calificó el Doctor Francois Chevalier como “un fenómeno biológico”. Habían llegado también por su cuenta, pañeros, tejedores y terciopeleros que deseaban enriquecerse con su actividad y no enseñar a los indios a ejercerla. El señor Zumárraga pidió se enviaran de España ovejas y carneros merinos para mejorar la calidad de los tejidos que ya se hacían en la Ciudad de México, así como telares para obtener mejores paños, alfombras y tapicería.

Aunque los artesanos ocultaran los secretos de su oficio a los indígenas, éstos se las arreglaron para aprenderlos y copiar los textiles. Así fue el caso de un señor de Huaquechula que envió a dos operarios a copiar un telar y éstos, esperando que el maestro saliera a comer, copiaron perfectamente la máquina, midiéndola con dedos y observándola cuidadosamente. Vueltos a su pueblo, fabricaron uno, y produjeron en él sargas de lana que regalaron a los franciscanos, sus amigos.

EL SARAPE EN EL VIRREINATO
El códice Osuna representa a los caciques indios con sus varas de mando vistiendo tilmas, ante el primer virrey, don Antonio de Mendoza; y el lienzo de Tlaxcala registra los cuatro Señores de esa república al recibir el bautismo, portando tilmas largas y adornadas, como correspondía a su calidad de autoridades.

La influencia de España dio gran impulso a los textiles, ya que trajo la lana, la seda y el telar de pedales, que desde luego se consideró maquinaria industrial y debía accionarse por hombres. Se establecieron obrajes con las nuevas máquinas, pero la manufactura de los sarapes siguió siendo actividad artesanal hecha por mujeres y en algunos casos por tejedores. El gran cambio en la técnica trajo también transformaciones en el diseño y se vio aparecer el cocol o rombo central, tal y como lo tienen algunos tapetes del Asia Menor y de España, como se ha mencionado.

En 1557 en tiempos del tercer virrey, don Martín Enríquez de Almanza, se publicaron las ordenanzas para tejedores y sayaleros, así como las de tintoreros. En ellas se observa el minucioso cuidado que puso el gobierno español, así como los miembros del gremio de la calidad en la materia prima y en su manufactura, a fin de obtener los mejores productos.

Por su parte los comerciantes se ocuparon de hacer llegar los textiles elaborados en el lejano Oriente y la Metrópoli, así como de dar a conocer a las distintas regiones de la Nueva España los tejidos que allí se hacían. Por tal motivo fueron tan importantes las ferias novohispanas, ya que fungieron como vehículo para el intercambio cultural y comercial. Se celebran cada año con motivo del santo a el pueblo y las más importantes fueron: la de Jalapa, cuando llegaba la flota de España a Veracruz, que no se hacía en el puerto porque era insalubre; la de Acapulco, al arribo del Galeón de Filipinas, cargado de mercancías y objetos suntuarios; la de San Miguel el Grande (hoy Allende) la ciudad que iniciaba la ruta hacia el norte; la de San Luis Potosí y en la región llamada de los confines, las de Taos y el Nuevo México. En todas ellas había intercambio y venta de sarapes, los más bellos y famosos fueron siempre los de Tlaxcala, San Miguel y el Saltillo. Sin embargo para que estos lugares lograran dicha fama fue necesario un proceso de integración cultural en el que el sarape tuvo mucho que ver.

En el año de 1541 no se había podido pacificar ni incorporar a los indígenas que habitaban las regiones del norte al gobierno Virreinal. El cuarto Virrey, don Luis de Velasco hijo, “no queriendo agredir a aquellos indios nómadas y tremendamente agresivos que él calificó como “bárbaros gallardos”, organizó una migración de 400 familias tlaxcaltecas bajo el mando de Francisco de Urdiñola, para darles tierra y privilegios a quienes se asentaran en esas regiones inhóspitas. Así pues, llegaron a la recién formada villa del Saltillo y se establecieron en la orilla, dividida tan sólo por un angosto río. Allí fundaron su ciudad que llamaron San Esteban de la Nueva Tlaxcala y empezaron su actividad de tejedores al tiempo que fungían como intermediarios entre los naturales y los españoles. Ese intento de población fue tan exitoso que las migraciones de tlaxcaltecas resultaron ser las pacificadoras del norte del territorio; a donde llevaron sus costumbres civilizadas y laboriosas, enseñaron a tejer a sus vecinos.

La conquista y pacificación de los habitantes del norte del país se hizo con mucha dificultad ya que había un sinnúmero de grupos étnicos dispersos con diferentes lenguas, casi todos nómadas y agresivos y como se ha dicho su aculturación tuvo mucha relación con el trabajo textil, prueba de ello son los siguientes testimonios: El franciscano fray Juan de Santander dejó una relación escrita de sus incursiones entre los apaches: habiendo salido de la provincia de Xila, llegó a la de Navajo, habitada por los más belicosos de todo este grupo étnico. En el año de 1629 pacificó y fundó convento e iglesia bajo la advocación de Santa Clara. Fue entonces cuando un grupo de vecinos originarios de Tlaxcala, emigraron hasta ese lugar en donde se les proporcionaron tierras para cultivo. Poco tiempo después, en Nuevo México se producían ya tejidos finos y delgados.

En 1690 se condujeron a la misión de San Miguel de Aguayo en Coahuila, 14 familias de tlaxcaltecas del pueblo de San Esteban en Saltillo; años después, fray Gaspar de Solís visitó la misión y escribió: “Está tan hermosa y bien dispuesta esta misión que no tengo palabras para describirla… su obraje donde se tejen frazadas, mantas y otras telas muy buenas… tienen camas en alto con frazadas tejidas en el obraje de la misión.” En 1694 trasladaron otras diez familias de Saltillo a la misión de San Bernardino de la Candela de la que se comentó: “Los tlaxcaltecas han conservado la constancia y fidelidad heredadas de sus mayores y forman la parte más segura y recomendable de los vecindarios de Coahuila… La cofradía de Nuestra Señora de la Concepción la administra un indio tlaxcalteca”.

Un caso similar lo encontramos en el pueblo de San Miguel Mexquitic, en San Luis Potosí, que al ser también poblado por tlaxcaltecas se convirtió en centro sarapero con la tradición de Tlaxcala. Asimismo, en 1715 salieron de allí cincuenta familias a la misión de San Cristóbal en el Nuevo Reino de León.

Analizando las labores de estos sarapes, encontramos “dientes de sierra” llamados itzcoayo en náhuatl, las eses contrapuestas y los ojos llamados tenixio, originales de Mesoamérica, así como los rombos centrales, puntas de diamantes, navajas, zig-zag y flores de los textiles árabes. En la variedad característica de cada región y taller, surge esencialmente el tronco común de los tejidos tlaxcaltecas, de tradición mesoamericana e hispanoárabe.

Las mantas españolas, cuyo origen es también árabe, encontraron su culminación en la alegría cromática de los “saltillos” mexicanos del siglo XIX.

“Cualquier sarape es jorongo abriéndole bocamanga” Refrán popular.

LOS ARRIEROS
Durante los trescientos años del periodo virreinal, gran parte del transporte de mercancías se hacía a lomo de mula, en recuas de estos animales conducidas por arrieros; y es que la complicada geografía de nuestro territorio, con sierras y barrancas, no facilitaba otro medio de transporte. Los arrieros idearon un sarape corto y angosto, que les dejara los brazos libres para manejar su cabalgadura; necesitaban protegerse del frío en las sierras y cubrirse con su sarape de lana el pecho y la espalda, de modo que inventaron abrir la bocamanga para meterlo por la cabeza. A este sarape de trabajo se le llamó cotona o joronguillo. Los hombres de Michoacán siempre habían usado huipiles y ellos tomaron de esas prendas la comodidad de la abertura central, la cual resultó tan eficiente, que se copió en todos los sarapes, se adornó con el cocol central y a menudo lleva botonadura de plata para ajustarla.

La belleza y utilidad de los sarapes que se tejían en la Nueva España hicieron que fueran apreciados también por la alta nobleza, un claro ejemplo de ello es como uno de los últimos virreyes; el Marqués de Branciforte, consideró que estos trabajos eran dignos de un presente real, así que regaló al monarca español, Carlos IV, un sarape hecho en San Miguel el Grande de finísima calidad.

Cuando se inició la guerra de Independencia “El Brigadier José de la Cruz, que era Gobernador de Nueva Galicia y Comandante de sus tropas, hizo proclamar el siguiente edicto ‘… y se prohibe a toda clase de personas, de cualquier estado, clase y condición, bajo pena de suponerlas partidarias de los rebeldes, el uso del Sarape llamado antes americano y hoy, con escándalo inaudito conocido como Sarape insurgente…” .

Después del viaje que hizo Alejandro de Humboldt y de la publicación de su libro intitulado “Ensayo Político de la Nueva España” vinieron al país numerosos europeos, atraídos por la variedad de climas, belleza del paisaje y potencia mineros. También llegaron artistas que pintaron tipos y escenas costumbristas, entre quienes sobresalen por sus dibujos, pinturas, grabados o litografías: Claudio Linatti, Carlos Nebel, Mauricio Rugendas y Eugenio Landesio. Por sus obras conocemos como vestían los hacendados, rancheros y la gente común. Más tarde, en 1840 llegaron a México los esposos Calderón de la Barca, y mientras el marido desempeñaba el cargo de Ministro de España, la esposa recogía con pluma y papel agudas y puntuales observaciones de la vida de éste país; de su imprescindible diario recordamos estas escenas que dan cuenta de la presencia del sarape en diferentes situaciones: “Al salir de los Reyes comenzó a llover y nos vinieron de molde los encubridores sarapes, mientras galopábamos a través del llano.” o “… un anciano permanece envuelto en su sarape, arrimado a la pared del Arzobispado.” O “Nuestra escolta durmió en los portales, envuelta en sus sarapes” y por último “No es posible encontrar en otra parte una raza tan fina de hombres como estos rancheros: altos, fuertes, de buen cuerpo, con sus camisas bordadas, sus bastos sarapes y sus pantalones de color azul oscuro recamados de oro”.

La familia Sánchez Navarro fue dueña de un latifundio en Coahuila, formado con terrenos que habían pertenecido al marquesado de San Miguel de Aguayo iniciado por aquel Francisco de Urdiñol a que condujo a los tlaxcaltecas al Saltillo en el siglo XVI . Los miembros de la citada familia tuvieron un crecido número de ovejas y también telares domésticos en donde trabajaban dos hermanos tejedores: Juan e Ignacio Bazán.

Estos fueron enviados a Santa Fe como maestros para el Nuevo México con un contrato de seis años. Tenían instrucciones de enseñar los trabajos de Saltillo a los tejedores de Río Grande y Taos; fue ese el origen de los centros saraperos de esas dos ciudades. Los Bazán volvieron a trabajar con los Sánchez Navarro y en 1820 pusieron un obraje en la hacienda de Tapado propiedad de sus patrones. Durante el gobierno de Maximiliano de Habsburgo, esos hacendados importaron ovejas merinas para mejorar la lana, siendo entonces cuando se crearon los más hermosos sarapes que conocemos. Maximiliano y Carlota apreciaron estos sarapes y los usaban en sus paseos a caballo. El Emperador vestía de charro todos los días y llevaba el sarape metido por la cabeza o enrollado atrás de la silla. La pareja imperial encargó 266 sarapes de Saltillo para enviar dos como regalo a las dos emperatrices europeas: Eugenia de Francia y Sisi de Austria. En esa época se tejieron los mejores “saltillos”.

Un sarape muy bien trabajado fue testigo de los últimos días del Segundo Imperio, porque cuando Maximiliano fue hecho prisionero en Querétaro, don Cayetano Rubio le regaló uno muy especial: verde, que era el color del partido conservador, con una cenefa tricolor. Su tejido es cerrado, parecido al paño y en las esquinas tiene como labor cuatro coronas bordadas en varios colores con hilos de oro y plata.

Durante el fin del siglo XIX y principios del XX, el sarape tuvo la función de abrigo de la tropa, especialmente la del Cuerpo de Rurales, que usaron el sarape como parte de su uniforme. El Presidente Porfirio Díaz encargó a los tejedores de Saltillo sarapes para cubrir a todo el batallón durante el invierno.

En las campañas de la Revolución, el sarape se usaba constantemente. Las pinturas de “los tres grandes”(Orozco, Rivera y Siqueiros) con escenas revolucionarias, representan siempre a los combatientes con esa prenda que es tan natural al mexicano.

Y aquí concluye la historia del Sarape, que se enlaza con la nacional, como los hilos de su urdimbre y su trama.

“Por el ranchero sencillo
cuya riqueza, a mi ver
la forman: un vaquerillo
un sarape de Saltillo
un rifle y una Mujer”