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San Luis Potosí

Peregrinos wixaritari en Cerro Quemado, Catorce, SLP. D.R. Sergio Luis Contreras, 2011. Fototeca Nacho López, INPI.

Se han enumerado por estudiosos del tema, más de mil diferentes artesanías potosinas. Ellas responden a las regiones productoras, a los grupos humanos que las elaboran (con frecuencia indígenas), a las festividades en que se utilizan y a los diversos materiales con los que se hacen.

“En relación a esto último, San Luis Potosí es una de las regiones culturales más ricas en cuanto a variedad, calidad y esteticidad de piezas artesanales y utilización de materiales”, juzga el maestro Víctor Hugo Vargas, y ejemplifica con una amplia gama: carrizo, varas, palma, ixtle, zapupe, bejuco, otate y otatillo, sotol, barro, madera, lana, algodón, seda, artisela, latón, hierro, plomo, cuero, cartón, cera, trapo.

Las regiones del altiplano y centro del estado tienen expresiones más mestizas del arte popular, en tanto que la región media, con los indios pames, y la Huasteca, con los tének o huastecos y los náhuas, tienen hermosas artesanías indígenas.

En Santa María del Río elaboran rebozos, constituyéndose como la principal producción artesanal del estado; a ese poblado se le puede considerar la capital nacional de esa prenda mexicanísima, de antiguo origen y prestigio “dado el grado de dificultad, maestría y sensibilidad creativa que acompañan su proceso de fabricación, más si el rebozo es de seda pura”. Pariente muy cercano de las chalinas españolas, se tienen referencias del rebozo mestizo desde 1603. “Al rebozo se le puede considerar patrimonio de México”. A nivel nacional, asombran los múltiples usos que se le dan al rebozo: es abrigo contra el frío; cubre del sol y también lo hace para el recato y para las ceremonias religiosas; permite envolver y cargar a los niños pequeños; asimismo ayuda a transportar objetos en la espalda; se adapta como turbante o especie de sombrero; puede ser falda o enrredo; es prenda ornamental que no desmerece en reuniones de gala o incluso como atuendo de novia.

La artesanía pame (Santa Catarina, Rayón, Tamasopo y Ciudad del Maíz) se sustenta en buena medida en el tejido de la palma; notables son las muñecas con pelo de cabellos de elote, amén de cestería, máscaras de madera y la alfarería de barro blanco con chapopote. Asimismo hacen sencilla laudería para sus fiestas, como el Día de Muertos y también los funerales, donde se tocan “minuetes” toda la noche de la víspera del entierro. “Cuando velan a los niños preparan pan cubierto con azúcar de colores en horno de piedra, haciendo figuras caprichosas o juguetes en memoria de sus niños difuntos”.

La piedra de toque del arte popular huasteco es el atuendo femenino tének, constituido en primer lugar por el quechquémetl, de raíces prehispánicas, bordado en intensos colores rojo, naranja, verde y guinda. “En su tejido se aprecia la estrella o flor de la vida y de la fertilidad, íntimamente ligada al ciclo del maíz y a las estaciones del año”; sus extremos representan los equinoccios y solsticios.

La indumentaria de las mujeres continúa con un enrredo negro a modo de falda, una faja, blusa floreada, collares de cuentas y el morral o talega (“regalo de la madrina a la novia y sirve para guardar una jícara para beber agua, una escobeta usada como peine, un documento importante y hasta dinero”). El remate es un tocado hecho con estambres de colores conformando una especie de corona; “según el grosor y número de colores utilizados es la condición de la mujer que los usa: si es una gobernadora de danza, mujer soltera, casada, o una mujer ya de edad con sabiduría y capacidad de discernimiento”.

En Tamazunchale tallan máscaras de madera; en Coxcatlán y Tancanhuitz elaboran canastas, floreros y bolsas de palma; en Huehuetlán hacen charolas, azucareras y copas de “palo escrito”.