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Puebla

Cazuela con águila. Barro modelado y bruñido. Artesano desconocido. Puebla. Col. Marie Thérèse Hermand de Arango. (Foto: Estudio Kristina Velfu, EKV).

Puebla de los Ángeles, fundada en 1531, devino importante ciudad comercial e industrial por su ubicación geográfica en la ruta Veracruz, ciudad de México, Acapulco. Además, “con la mano de obra artesanal indígena de ciudades vecinas como Tlaxcala, Cholula y Huejotzingo se convirtió en el mayor centro textil de la Nueva España”, recuerda el doctor Francisco Pérez de Salazar.

A la postre, el trabajo artesanal más importante fue la cerámica mayólica, llevada en la segunda mitad del siglo XVI por andaluces; se le llamó talavera, por el pueblo español de Talavera de la Reina. Hacia el siglo XVIII, Puebla era la principal productora de cerámica en Latinoamérica; su loza se hallaba en todas las mesas mexicanas y sus azulejos proliferaban en la ornamentación arquitectónica civil y religiosa. La talavera ostenta orígenes españoles, árabes, persas y orientales.

En el mismo siglo XVI se empezó a trabajar el vidrio y la seda; a principios del XVII ya había herreros y cerrajeros, ensambladores y talladores. El comercio interior fomentó el intercambio cultural y así en Cholula se empezaron a hacer muebles al estilo de la laca de Olinalá.

“En el siglo XIX, ciudades como Puebla, Atlixco y Tehuacán fueron escenarios del mestizaje cultural donde se codeaban el huipil con la túnica y la mantilla con la camisa de estopilla”. Indígenas con viejos saberes y talleres de artesanos mestizos vendían papel picado, cerería, miniaturas. El afrancesamiento atrajo cerámica gala, relegando transitoriamente a la talavera poblana.

En los primeros lustros de la postrevolución, se revalora el arte popular mexicano y en él destacan vastas regiones de Puebla, como la Sierra Norte y la Mixteca.

En el norteño San Pablito Pahuatlán se elabora el papel amate y los bordados con chaquira de temas vegetales y animales. En San Andrés Hueyapan, de la misma región serrana, se hacen textiles de lana en telares de cintura, con tintes naturales. Allá mismo, en Cuetzalan, bordan en telas de algodón natural y en Xalacapan tejen morrales y bolsas.

Desde las primeras décadas del virreinato, Amozoc tiene fama por sus espuelas y demás implementos charros fabricados en acero pavonado con incrustaciones de oro y plata.

Por la región de Tehuacán, en Tecali tallan el ónix o alabastro. En San Gabriel Chilac bordan prendas en algodón, de mucho prestigio.

La actual producción de talavera se ha diversificado, desde elementos constructivos, “hasta vajillas, floreros, candeleros, cartelas y macetas, sin olvidar las viejas formas heredadas en los tibores, albarelos, cuencos, mancerinas, bacias y lebrillos”.

En Acatlán de Osorio trabajan el barro bruñido y en Izucar de Matamoros el barro policromado; hacen árboles de la vida y figuras fantásticas mitológicas y de flora y fauna.

“Las comunidades alfareras más conocidas son la del barrio de la Luz en la ciudad de Puebla, la de San Martín Texmelucan y la de Amozoc”. Fabrican objetos de barro vidriado de uso cotidiano, en molde o en torno.

La lapidaria de San Salvador el Seco es muy reconocida; tallan esculturas, molcajetes y elementos arquitectónicos en recinto volcánico, cantera gris o rosa. En Cuetzalan, Huejotzingo, Acatlán y la ciudad de Puebla elaboran máscaras en madera. Dentro de la cestería y tejido de fibras vegetales, destacan las miniaturas de palma de Santa María Chigmecatitlán. Otras miniaturas se hacen en barro, plomo y ónix en la ciudad de Puebla y en Santa Clara Huitziltepec, cerca de Tehuacán. En Chignahuapan se trabajan juguetes de madera.

“La taracea que tanto prestigio dio al mueble poblano, se produce escasamente en la Sierra Norte y en la capital para decorar mobiliario con maderas finas, láminas de hueso y concha nácar”. También en el caso del vidrio, sus mejores épocas ya pasaron, por la incursión del plástico y por la competencia china; subsisten talleres que recuperan jarras moldeadas de la tradición pulquera: catrinas o cacarizas.