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Las charreadas y las suertes charras

Pareja de charros de palma y colorante vegetal. Artesano desconocido. Chigmecatitlán, Pue. Col. Miguel Abruch. (Foto: GLR Estudio).

Aunque cada región del país tiene sus particularidades por lo que se refiere a las charreadas y las suertes que incluyen, se puede hablar de un cierto prototipo generalizado, que a continuación presentamos.

Las charreadas comienzan con el desfile, que es la entrada al ruedo de los equipos de charros participantes en la competencia, iniciando su marcha desde la manga del lienzo. Por lo general, esta presentación inicial de los protagonistas se lleva a cabo acompañados por la música de La marcha de Zacatecas. Después de dar la vuelta al ruedo, saludando al público y a los jueces (tocándose con la mano derecha la lorenzana u orilla del sombrero), los charros se colocan alrededor del propio ruedo para dar inicio a las suertes.

La primera suerte es la cala de caballo y consiste en varias demostraciones de la educación y buena rienda o buen gobierno del equino, observándose de manera particular la obediencia, el brío, la andadura, las posturas de cabeza y cola, y la mansedumbre del animal. Requiere de una plena coordinación y entendimiento entre jinete y caballo.

La cala se inicia cuando el charro se dirige a galope desde el centro del ruedo hasta el extremo de la manga, que es el partidero, donde pone a mano el caballo, manteniéndolo completamente quieto viendo hacia el ruedo, para luego arrancar de regreso al ruedo a máxima velocidad y frenar bruscamente en el centro, de golpe, rayando al caballo con las patas traseras, sin rebasar un cuadrado marcado previamente en el suelo. Luego, dentro de dicho cuadro, gira al caballo sobre su propio eje cuando menos tres vueltas hacia la izquierda y después otras tres hacia la derecha, o sea a los lados; enseguida repite la suerte por los medios lados y vuelve de espaldas, en línea recta, al punto de partida; este reculamiento se llama cejar al caballo o ceja del caballo.

Finalmente, regresa al ruedo al paso, donde la cabalgadura debe mostrarse normal y tranquila.

Para calificar la cala, los jueces toman en cuenta varios aspectos, destacando la velocidad del galope, el rayado del caballo –o sea el modo de meter las patas traseras al frenar- y las huellas que deja el animal al detenerse de esa manera abrupta.

La segunda suerte son los piales y consiste en lazar a una yegua bruta por las dos patas traseras, de una sola vez, y frenarla amarrando la reata a la cabeza de la silla de montar. El animal inicia su carrera desde el fondo de la manga del lienzo rumbo al ruedo; el jinete, montado, lo espera a treinta metros de distancia, alejado cuatro metros de la línea de galope del animal, y desde allí lanza la reata, lazándola de los cuartos traseros y chorreando el lazo, es decir, amarrándolo a la cabeza de la silla hasta frenar por completo a la yegua; de la fricción que ello provoca, resulta el humo y olor que da lugar al término de fuste quemado. En caso de fallar el pial a la primera, el charro tiene otras dos oportunidades para lograrlo.

Es evidente que esta suerte proviene de la necesidad que tenían los rancheros de atrapar a los caballos en los potreros o, más aún, a caballos salvajes en despoblado.

La siguiente suerte son las colas o el coleadero. Consiste en que el charro persiga y derribe un toro desde su montura, jalándolo por la cola, para lo cual cuenta con un máximo de 60 metros. Desde el fondo de la manga, el jinete espera la salida del toro para perseguirlo al galope. Galopando, se agacha, agarra la cola del astado, levanta la pierna derecha con todo y estribo y la enreda con la cola, abriendo en ese momento al caballo y provocando con el jalón la caída del toro. La puntuación de los jueces es mayor cuanto menor es la distancia en la que el charro logra la caída del toro. Cuando el charro está emparejándose al galope con el toro, antes de colearlo, lo pachonea, es decir, lo toca y le da una nalgada.

El origen de esta suerte es cuando era menester atrapar toros en el campo para jinetearlos, para castrarlos, para curarlos o para embarcarlos hacia otro destino. En tiempos antiguos había numerosas modalidades para colear : cambiando de mano, a metemano, en plaza, con mancuernas o reses mancornadas, a las apeadas o a brinco, a pulso, a rodilla, arción corrida, arción bolera para atrás, arción bolera chica o abajo, en el caballo en pelo o sin freno, a la Lola (sentado como mujer), a pie y al descarreto.

A continuación sigue otra suerte: la jineteada de toro. Sobre un toro inmovilizado y con un pretal amarrado encima del lomo, se monta el charro agarrado de dicho cintillo, y así colocado se deja libre al animal, quien entra al lienzo echando reparos para tirar al charro. Éste debe resistir, sin límite de tiempo, hasta que el toro se aquiete y deje de corcovear. La suerte completa termina cuando el jinete quita el pretal y baja del animal, sin ayuda de sus compañeros ni de las bardas del ruedo.

La terna en el ruedo es una suerte realizada por tres jinetes que en realidad combina a otras dos suertes diferentes e independientes: un charro florea su reata y laza por la cabeza o por los cuernos a un toro (le coloca el lazo cabecero) y luego otros dos charros hacen lo propio con las patas traseras, es decir, le ponen un pial. Después todos tensan los lazos, chorreándolos en la cabeza de sus sillas hasta derribar al toro. La terna tiene un máximo de tres oportunidades para realizar la suerte completa, en seis minutos a lo más.

La jineteada de yegua consiste en montar a una yegua bruta (nunca antes jineteada), hasta domarla, es decir hasta que deje de reparar. Es igual a la del toro, donde el jinete deberá resistir todos los corcoveos sin desplomarse al suelo. Puede montar a la greña, o sea agarrándose únicamente de las crines de la yegua, o con un pretal alrededor del torso del animal.

En las manganas a pie, el charro se encuentra a ruedo cerrado, es decir, sin acceso a la manga. De pie (como el nombre de la mangana indica), se luce floreando la reata, realizando con ella giros y filigranas en el aire (resortes, arracadas, espejos, etc.), hasta que, azuzada por tres arreadores, entra una yegua corriendo alrededor del ruedo, el charro le laza las patas delanteras o manos y así la derriba. A mayor detalle, el manganeador laza al animal desde una distancia no menor a cuatro metros, de frente a la pared del ruedo, chorrea la reata a cuadril y así lo tira al piso. Tendrá puntos adicionales cuando lo haga en forma especial: desdén, de espaldas, rodada contraria, contra máscara o bigotona, etc. Muy peligrosas son la modalidades de tumbar a la yegua con el tirón del ahorcado, para el cual el charro se atora la reata de su propio cuello para resistir el tirón de la yegua, o con el tirón de la muerte, amarrándose la reata a uno o ambos pies. Hay tres oportunidades para que el charro realice esta suerte y cada una, si las utiliza, deberá ser rematada de manera diferente.

Las manganas a caballo es una suerte básicamente igual a la anterior: el charro se encuentra montado en su caballo y tira la yegua chorreando la reata a cabeza de silla.
Tanto en las manganas a pie como a caballo, los jueces califican de acuerdo al grado de dificultad que se observe en el floreo de la reata, en la manera de rematar la mangana y al derribo de la yegua, la que deberá quedar con el costillar y la paleta en el suelo.

La suerte más esperada, por su peligrosidad, es el paso de la muerte. Desde un caballo manso que monta a pelo y al galope, el charro brinca hasta el lomo de una yegua bruta que asimismo está corriendo alrededor del ruedo. Una vez realizado el cambio de monturas, el jinete debe aguantar los reparos de la yegua indómita, solamente agarrado de las crines, hasta que el animal se canse y se detenga. El charro sólo tiene la oportunidad de realizar esta suerte a lo largo de dos vueltas al ruedo.

Se dice que un charro es charro completo cuando realiza todas las suertes: la cala de caballo, piales, colas, jineteada de toro y de yegua bruta, manganas a pie y a caballo y paso de la muerte. 
 Finalmente, la escaramuza es la suerte femenina por excelencia, realizada por ocho mujeres. Ellas efectúan una serie de ejercicios ecuestres a galope, con diverso grado de dificultad, por supuesto vestidas de charras o de adelitas y montadas en una albarda, con la pierna derecha cruzada. La escaramuza tiene lugar al ritmo de la música.