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Exvotos narradores de milagros

Exvoto. Anónimo, Pintura sobre lámina, Col. AAMAP, A.C. Marie Thérèse Hermand de Arango // Fotografía: Nicola Lorusso/MAP

Ana Paulina Gámez

TESTIMONIOS DE GRATITUD
Al visitar los santuarios de nuestro país, desde el del Santo Niño de Atocha, en Fresnillo, Zacatecas, hasta el de los Reyes Magos, de Tizimin, Yucatán, encontrará gran variedad de objetos que los fieles dejan como testimonio de su gratitud por algún favor recibido. Entre ellos hay trenzas de cabello, ropa y zapatos infantiles; ramos de novias y de quinceañeras; fotocopias de títulos universitarios; fotografías de seres queridos; veladoras de diferentes colores y tamaños; milagros en forma de pies, manos, ojos, corazones o animales, así como pinturas de pequeño formato llama – das exvotos o retablos.

Estos últimos son, por su carácter narrativo, tanto plástico como literario, los que más información proporcionan respecto de dichos favores. En la mayoría de los casos, las composiciones muestran al donante en el momento de la tragedia de la que fue librado con bien: un accidente, un ataque violento de humanos o animales, una grave enfermedad, una estrategia de guerra fallida, un de – sastre natural o una tempestad en alta mar. La divinidad que concedió el favor –Cristo, alguna Virgen o santo– se ve en lo alto mientras se abre la gloria, o materializada en una imagen de culto en un altar doméstico, sobre todo en los ejemplos coloniales y de la primera mitad del siglo XIX. En algunas obras hay una segunda escena en la que todo ha quedado resuelto, o bien el beneficiario, o alguno de sus parientes agradece el socorro arrodillado ante una imagen, en actitud de oración. Por último, una cartela generalmente colocada en la zona inferior, narra el momento más agudo de la crisis, su feliz término por la intercesión de la divinidad evocada, y agradece el milagro.

El cuidado de los detalles es otra característica de estas obras, como si al plasmar los pormenores no se dejara duda de la veracidad del milagro; de tal manera, estas pinturas resultan una espléndida fuente para el estudio de los problemas sociales y de salud, así como de la vida cotidiana y de la cultura material vigente en el momento en que se realizaron: el vestuario y la joyería de los personajes están hechos con mucha precisión, y en el caso de escenas de interiores se observa que los muebles y otros objetos están distribuidos según la costumbre de la época. A pesar del cúmulo de información sobre los comitentes y sus problemas, las piezas raramente aportan datos acerca de sus creadores, quienes debieron ser pintores pueblerinos, sin educación académica, que casi nunca firmaron sus obras.

La tradición de pintar un suceso milagroso se introdujo en nuestras tierras durante el siglo XVI, procedente de la Península ibérica, donde se practicaba cuando menos desde el siglo XIV. El exvoto novohispano más antiguo es el retablo de San Diego de Alcalá, del convento de Coatlinchan, que narra a través de cuatro pinturas la curación del príncipe Carlos, hijo de Felipe II. A lo largo de los siglos, su práctica ha sido intensa en nuestro país; es así como se han acumulado estas pinturas en muchos santuarios, donde se exponen en capillas dedicadas ex profeso para dejar testimonio de los poderes curativos y protectores del patrono del lugar.

LA ÉPOCA COLONIAL
Respecto a los exvotos pintados a lo largo de la Colonia, se conservan muy pocos ejemplos anteriores a las últimas décadas del siglo XVII. Los soportes podían ser telas, tablas o láminas. Sus formatos van desde obras monumentales realizadas por artistas de primer orden, comisionadas por instituciones religiosas, como conventos, hasta pequeñas piezas encargadas a pintores menores por gente sencilla: campesinos o madres de familia; pasando por obras de medianas dimensiones, patrocinadas por funcionarios civiles o eclesiásticos. Cabe mencionar que el formato horizontal de pequeñas dimensiones con so – porte de lámina de la obra popular, omnipresente a lo largo del siglo XIX y vigente hasta finales de la pasada centuria, se fijó durante las últimas décadas del siglo XVIII.

Los motivos más frecuentes de agradecimiento fueron las curaciones, por lo que la iconografía del doliente en el lecho era habitual; otras causas comunes eran la protección durante desastres naturales, accidentes o ataques, por lo que son usuales estas imágenes. Los ejemplos de la época muestran que la devoción popular y la gratitud eran para Cristo en sus diferentes advocaciones: el Señor del Pilar, el Señor de Chalma, el Señor de Ocotlán, el Nazareno o el Santo Niño de Atocha; para la Virgen bajo las advocaciones de Guadalupe, La Dolorosa, Los Remedios, El Refugio, La Soledad, La Salud, Ocotlán, San Juan de los Lagos, Izamal y Los Zacatecas; además de para algunos santos: Lázaro, Jacinto, Juan Nepomuceno, Francisco de Asís, Pascual, pero sobre todo para San Miguel.

El cuidado de los detalles es una característica de estas obras, como si al plasmar los pormenores no se dejara duda de la veracidad del milagro

EL SIGLO XIX
A lo largo del siglo XIX, el encargo de exvotos se intensificó entre las clases pobres y fue desapareciendo de entre las más favorecidas, por lo que se generalizó el formato pequeño horizontal sobre lámina, con un estilo popular basado en el de las obras coloniales, que fue adquiriendo un carácter más luminoso, sobrio y esquemático, aunque conservó un riguroso realismo.

En esta centuria la protección de desastres naturales, los accidentes y ataques también fueron las causas más comunes de agradecimiento. A éstos se agregaron el auxilio en eventos militares, tan frecuentes en esos años, y a lo largo de las últimas décadas, el socorro en accidentes ferroviarios. En tanto, se conservaron las devociones coloniales a las que se sumaron el Señor del Sacro Monte, el Sagrado Corazón, el Cristo de Esquipulas, el Divino Rostro y el Señor de la Columna, en el caso de las imágenes cristológicas, y San Juan Bosco para los san – tos, mientras que las advocaciones marianas permanecieron sin variaciones.

EL SIGLO XX
Las obras de la primera mitad del siglo XX muestran una continuidad técnica y estilística respecto de sus antecesoras de finales del siglo XIX. En cuanto a la técnica, no fue sino hasta la década de 1940 que se empezaron a usar pinturas comerciales, tanto óleos preparados como pinturas sintéticas, y a pegar estampas y fotografías sobre la superficie de la composición. Para la segunda mitad del siglo, se dejaron sentir las influencias de las estéticas del cómic, los dibujos animados y el diseño gráfico, sobre todo en piezas vinculadas a santuarios de la capital del país, aunque en general siguieron el modelo decimonónico.

Los cambios sociales y los avances tecnológicos, característicos de la pasada centuria, plantearon una nueva forma de vida a los habitantes de nuestro país, que los enfrentaron no sólo a nuevos problemas, sino a nuevas soluciones para viejos problemas; de tal manera, los exvotos, sobre todo a partir de la década de 1940, están llenos de accidentes automovilísticos, de motocicleta, eléctricos, con maquinaria pesada, e incluso de aviación, y de escenas de quirófanos. Por otro lado, comienzan a aparecer representaciones de migrantes cruzando el río Bravo, y se hacen más frecuentes episodios de violencia, donde las mujeres tienen un papel protagónico. En ambos casos esto significa una total nove – dad respecto a los contenidos de las piezas de siglos anteriores. Durante estos años, conservan la gratitud las mismas imágenes que la disfrutaron a lo largo del siglo XIX , aunque se ha acentuado más la Virgen de Guadalupe.

CONCLUSIÓN
Los exvotos han sido una forma de expresión de la religiosidad católica popular desde los primeros años de la evangelización. A lo largo del tiempo han dado fe de los problemas de los fieles y sus temores. Muestran las preferencias devocionales en diferentes momentos históricos y son al mismo tiempo el testimonio de un milagro y un acto de gratitud. Todo esto les da, además del mérito plástico –que tienen en sí mismos–, un valor documental y social.