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Encuentro de dos mundos

Juego de escritorio. Madera natural tallada. Artesana Faustina Pantaleón Rendón. Olinalá, Gro. 1999. Col. Part. (Foto: EKV).

Ida Rodríguez Prampolini

El intento por considerar las expresiones plásticas de los pueblos antiguos de México como obras artísticas comienza a cobrar plena conciencia a partir del siglo XVIII entre los estetas españoles. En paralelo, durante la Ilustración el arte grecorromano fue elevado a la categoría de arquetipo de la belleza.

El pensador que sintetiza estas dos posiciones extremas de la estética del siglo XVIII, aunque sin duda se identifica más con la española, es el jesuita mexicano Pedro José Márquez, primer escritor que revalora el arte de los antiguos mexicanos mediante una restauración, a la manera clásica, del mundo indígena. Entonces es cuando las expresiones de los antiguos mexicanos empiezan a ser comprendidas y consideradas plenamente como objetos de arte.

Sin embargo, aquella no fue la primera vez que el europeo se interesó en estudiar estas manifestaciones plásticas, con la intención de apreciarlas. Por eso cabe preguntarse si desde la época de la Conquista hubo una preocupación acerca de la posibilidad de que existiera el arte mexicano.

Persiste la misma opinión respecto de las representaciones idolátricas. Todos los cronistas, sin excepción, interpretan de manera negativa el arte religioso indígena. Ahora bien, ¿a qué obedece este criterio?, ¿desde qué enfoque aprecian esas representaciones de ídolos?

El mundo indígena precortesiano, sin duda tenebroso y cruel para la mentalidad cristiana, aun para la de nuestros días, se presenta a los ojos de los españoles como un mundo donde el demonio ha sentado sus reales.

De la mano de este problema, sin duda principalísimo, va otro oculto, pero no por eso menos vivo: que las imágenes indígenas estaban muy lejos de ser “copia de la naturaleza”, criterio base del hombre del Renacimiento que, claro está, impedía la comprensión de los simbolismos con que esos pueblos antiguos expresaban los problemas y temas que constituyeron su cultura.

Por tanto, el hecho de considerar defectuosas aquellas representaciones humanas encierra dos supuestos fundamentales: primero, que los ídolos distan mucho de ser copias naturales de los hombres, algo más evidente que cuando se trata de animales o plantas, cuyas estilizaciones tienen mayor aceptación pues el ojo humano distingue menos sus discrepancias con lo natural; y segundo, son obras espantables y feas porque encarnan al propio diablo, que las ha inspirado y dirigido; en consecuencia, aunque pertenecían a las mismas formas de expresión artística, las estatuas humanas y las de animales lograron aceptaciones diferentes.

Es curioso notar que desde el momento en que la cuestión religiosa no interviene, la mente española se abre y comprende, en lo posible, nuestro arte primitivo.

El arte plumaria quizá fue la expresión artística mexicana que causó más admiración y gusto entre los europeos, pues carecía, para la ingenua interpretación de los españoles, del carácter religioso que tenían las imágenes; se trataba de objetos de primor y adorno de un arte desconocido en Europa. Sobre todo les parecía que en éste caso había “copia de lo natural”, idea que concordaba con el concepto vigente que se tenía de la belleza.

En cuanto a la orfebrería, las crónicas de entonces prodigan innumerables alabanzas a los artistas mexicanos, pues afirman que sus obras siempre aventajan a las de los joyeros italianos y españoles.

Además de la plumaria y la orfebrería, el gusto europeo también aprueba la cerámica, las telas y otros productos de artes menores indígenas.

Pero, ¿cuál es el criterio aplicado? Hasta aquí he planteado la posible causa de que se aceptara cierta parte del arte indígena en contraste con el rechazo que recibía la, sin duda, porción más importante. En seguida intentaré explicar estos distintos criterios, qué significan y hasta dónde llegan.

Como ya dijimos, los españoles van a examinar las producciones indígenas desde un enfoque renacentista basado en la copia de la realidad objetiva que responde a un patrón naturalista; por tanto, como obras de arte sólo considerarán aquellas creaciones que imitan a la naturaleza y, en cambio, repudiarán las artes fantásticas pues suponen un rompimiento con dicha visión naturalista, ideal de belleza que les impide apreciar las expresiones simbólico-religiosas.

Ahora bien, junto a este rasgo renacentista, el pueblo español se declara adalid del catolicismo y dedica sus mayores esfuerzos tanto a defender su religión como a combatir a los infieles. Como el eje central de la vida española de esta época es la fe religiosa, a partir de ésta es como se entiende la vida toda de este pueblo, su destino, su política y las empresas que acomete.

A la luz de estos factores complejos y contradictorios debe comprenderse el porqué los españoles pudieron apreciar y admirar las expresiones indígenas en tanto que siendo naturalistas mostraban excelencias técnicas, así como despreciar, por ceguera teológica, lo mejor del arte indígena religioso.