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En la historia de México las expresiones artísticas entre los mexicas

Metate prehispánico de piedra volcánica tallada y labrada. Col. Ma. Teresa Pomar. (Foto: Estudio Kristina Velfu, EKV).

Eduardo Matos Moctezuma

Hasta donde sabemos no existía un vocablo en lengua nahua para referirse a las expresiones que en Occidente denominamos arte. Más difícil aún resulta hablar de arte popular en contraste con arte culto. Es por ello que escribir acerca de arte popular entre los mexicas vuelve a traer a colación la añeja polémica de cómo entender las expresiones que, a nuestros ojos occidentales, tienen un sinnúmero de edificios, esculturas y pinturas de antaño que pese al paso del tiempo aún despiertan emociones ante el espectáculo impresionante de aquel mundo lleno de simbolismos que, como bien dijo Paul Westheim, devienen del mito y vuelven al mito. En consecuencia, debemos entender que los cánones occidentales acerca del arte no pueden aplicarse a un mundo que partió de otros parámetros para dar cabida a sus expresiones estéticas. Por eso, en otras ocasiones he dicho que para penetrar en el mundo prehispánico es necesario estar libre de pecado occidental… aunque es difícil despojarse de nuestro actual entorno cultural. En consecuencia, me limitaré a escuchar las voces del pasado que han llegado a nosotros a través de sus propias obras y de su palabra expresada a través de los cronistas.

En no pocas ocasiones diversos autores han citado la manera como se concebía al buen creador. Fray Bernardino de Sahagún, respecto del oficial mecánico, dice lo siguiente:

… a él se le entiende bien el oficio en fabricar e imaginar cualquiera obra, la cual hace después con facilidad y sin pesadumbre, al fin es muy apto y diestro para trazar, componer, ordenar, aplicar cada cosa por sí, a propósito. El mal oficial es inconsiderado, engañador, ladrón y el que nunca hace obra perfecta.

Pero veamos cómo concebía el mundo azteca algunas expresiones que nosotros consideramos obras de arte y la manera como las creaban. Es el caso, por ejemplo, de quienes se dedicaban al quehacer de las plumas, los amantecas, artífices muy versados en el manejo de estos materiales que produjeron desde obras impresionantes como el muy conocido penacho de Moctezuma, hoy en Viena, hasta escudos decorados con finas plumas de diversas aves. De estos artistas, el franciscano dice: El oficial de pluma es único, hábil e ingenioso en el oficio … si es bueno suele ser imaginativo, diligente, fiel y convenible, y despachado para juntar y pegar las plumas y ponerlas en concierto y con ellas siendo de diversos colores hermosear la obra…

Pero el que no es tal, es tosco y de rudo ingenio, bozal y nada vivo para hacer bien su oficio, sino que cuanto se le encomienda todo lo echa a perder.

Quienes tallaban las piedras duras conocían bien los diversos tipos de rocas y su dureza. Empleaban diferentes medios para tallarlas, que iban desde abrasivos como la arena hasta instrumentos de piedra para pulir y rebajar las piezas. Había una producción lapidaria mayor, con objetos que hoy nos impresionan, llenos de simbolismos y arcanos difíciles de comprender. Tal es el caso, en la sociedad azteca, de la Coatlicue, que aún se resiste a compartirnos su contenido ancestral; la Piedra del Sol, en que el escultor supo atrapar el tiempo, y la Coyolxauhqui, donde el mito queda expresado en la diosa decapitada y desmembrada.

De la lapidaria menor tenemos objetos de gran delicadeza trabajados en variadas rocas y vidrios de origen tanto volcánico como de otro tipo. La obsidiana fue un medio que permitió al artista plasmar obras de fina hechura, como orejeras, bezotes y urnas. Otro tanto se logró con travertinos que se transformaron en máscaras, dioses, efigies de venados de belleza incomparable, etcétera. Las diferentes piedras verdes resultaron en máscaras, pectorales, cuentas. En fin, nada pasó inadvertido a su genio que logró piezas fascinantes mediante el empleo de materias primas de carácter simbólico, por ejemplo los chalchihuites o piedras verdes, que simbolizaban lo precioso, la nobleza…

Acerca de quienes se dedicaban a estas labores, Sahagún relata:
El buen lapidario artificiosamente labra e inventa labores, sutilmente esculpiendo y puliendo muy bien las piedras con sus instrumentos que usa en su oficio.

El mal lapidario suele ser torpe o bronco, no sabe pulir, sino que echa a perder las piedras, labrándolas atolondradas o desiguales, o quebrándolas, o haciéndolas pedazos.

Y qué decir de aquellos que se dedicaban a la elaboración de metales. Gran fama adquirieron los trabajos en oro, plata y cobre. Múltiples ejemplos han llegado hasta nosotros de piezas como cascabeles, máscaras, cuentas, collares, anillos y otros tantos adornos; entre éstas, muchas joyas encontradas en la tumba 7 de Monte Albán son verdaderas obras de arte. Para trabajar el oro se empleaban diferentes técnicas, como la llamada cera perdida. ¿Cómo se lograba esto? Sahagún vuelve a darnos la respuesta:

Cuando todo se ha dejado listo… luego se pone en el fuego, se calienta totalmente: allí sale, arde la cera que se halla dentro, la que se había puesto. Cuando ya se fue la cera. Cuando ardió, luego se enfría: es entonces cuando se coloca sobre la arena burda.

Es cuando, por fin, se funde, entra al crisol, se pone en el carbón, y el oro que allí entra por otro lado en un cucharón se derrite. Allí acaba todo Cuánta calidad tendrían estas manufacturas, que cuando Durero vio en Europa algunas piezas aztecas llevadas por los conquistadores al Viejo Mundo, exclamó:

Mas en toda mi vida he visto que me haya regocijado tanto el corazón como estas cosas. Porque allí he visto cosas extrañas de arte y he quedado asombrado del sutil ingenio de los hombres de tierras lejanas. Y no sé explicar tantas y cuantas cosas había allí.

Otra especialidad era la de los ceramistas. De vieja tradición entre los pueblos prehispánicos, los alfareros elaboraron vajillas de uso cotidiano así como otras destinadas al culto. El trabajo arqueológico ha recuperado innumerables piezas de cerámica, algunas de tamaño sorprendente como las de los Caballeros águila encontradas en el Templo Mayor de Tenochtitlan, o las figuras de las Cihuateteo (mujeres muertas durante el parto) procedentes de El Zapotal, Veracruz, así como los cilindros de barro palencanos en que se aprecia la sensibilidad del artista maya. El proceso para lograr que el barro se endureciera para dar lugar a objetos requirió de un conocimiento tecnológico adecuado.

Artistas consumados, los pintores mexicas eran diestros en su trabajo. Aquí, como en las expresiones anteriores, algunos se dedicaban a elaborar códices con figuras en miniatura y otros decoraban muros de edificios. Conocían a fondo los pigmentos, cómo y dónde obtenerlos, además de cuáles aglutinantes les daban consistencia. Una vez más, el franciscano nos acerca al mundo de los tlacuilos: … sabe usar de colores, y dibujar o señalar las imágenes con carbón, y hacer muy buena mezcla de colores, y sábelos moler muy bien y mezclar. El buen pintor tiene muy buena mano y gracia en el pintar, y considera muy bien lo que ha de pintar, y matiza muy bien la pintura…

El mal pintor es de malo y bobo ingenio y por esto es penoso y enojoso, y no responde a la esperanza del que da la obra, ni da lustre a lo que pinta, y matiza mal, todo va confuso, ni lleva compás o proporción lo que pinta, por pintarlo de prisa.

Apenas hemos mencionado algunos oficios, como les llama Sahagún, pero había numerosas ramas de la producción en que el ingenio y la destreza del hombre prehispánico dejaron una huella profunda. La arqueología ha permitido trasponer el tiempo para llegar a ellas.